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Palabras que sanan

La palabra ha sido una herramienta de poder en los modos de comunicación que ha desarrollado la humanidad y es especialmente eficaz en la tramitación de situaciones que aquejan la salud mental de las mujeres. 

Hablar, conversar, contar o expresar sus emociones las ha puesto siempre en el ojo del huracán, pues a raíz de esto han sido señaladas como comunicativas o chismosas. A lo largo de la historia, este estigma ha marcado una relación de poder que deja en evidencia un ámbito de acción desigual entre hombres y mujeres. 

Desde ese código cultural de opresión, en el que la palabra es marcada como la expresión de un poder, el patriarcado ha acallado la voz de las mujeres, limitando y socavando así su salud mental. Desde esa perspectiva, las mujeres solo pueden decir lo que tenga que ver con el ámbito de lo privado o el hogar; se les manda a callar desde niñas, con expresiones que se han naturalizado en la cotidianidad y se escuchan con frecuencia sin importar las connotaciones machistas que en ellas existen, tales como:  “cuando el hombre habla la mujer obedece”, “calladita se ve más bonita”, “más de tres mujeres juntas es chisme fijo”, o “la ropa sucia se lava en casa”.

Por eso, la palabra es el instrumento a través del cual el acompañamiento psicosocial permite comunicar situaciones de dolor, sometimiento, estrés o traumas que sortean en su cotidianidad las mujeres. La palabra es terapéutica, sanadora, y restaura el equilibrio entre el adentro y el afuera, ya que permite construir relaciones armoniosas y la búsqueda de nuevas posibilidades.

 La palabra puede dar cuenta de una situación problemática y a su vez permite identificar los elementos y herramientas que aporten a la solución o a sobrellevar las diferentes situaciones que atentan contra la salud mental de las mujeres, pero que solo se reconocen si se hace uso de ella en espacios de escucha terapéutica. 

Vivimos en sociedades cuyo sistema dominante genera y valida la violencia, las desigualdades, el racismo, la injusta distribución mundial de la riqueza, la reproducción de estereotipos románticos sobre formas agresivas de resolución de conflictos, así como la violencia sexual en tanto expresión naturalizada de relaciones de dominio a través del cuerpo, la sexualidad y el ser más profundo de las mujeres.

Para sanar se requieren de espacios para hablar, desahogar emociones que normalmente permanecen ocultas, compartir historias, escuchar y reconocer lo que les ha servido a otras. Este ha sido el espacio para sentirse escuchadas, encontrar claves para acompañar, sentir su cuerpo, expulsar la rabia, la tristeza, el dolor, pero también reírse en grupo y, en definitiva, recuperar la alegría y la energía colectiva que permite reconocerse en sus historias de sanación individuales y colectivas.

Escrito por el programa Mujeres, Gobernanza y Cultura de Paz Corporación Con-Vivamos

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