Hace un año, en el marco del proyecto “Territorios Comparti2, formación para la equidad de género en la Comuna 2 – Santa Cruz”, se desarrollaron dos conversatorios abiertos al público, uno en el barrio Pablo VI en el marco de la conmemoración del 8M donde hablamos de nuestra experiencia como mujeres en el barrio; y otro, en la fiesta de la Utopía donde la memoria y el género fueron protagonistas. Hoy queremos recordar algunas de las reflexiones que construimos en estos espacios y que nos invitan a cuestionar nuestra realidad y a reivindicar el lugar de las mujeres en la construcción de territorios populares:
Históricamente, las mujeres en los barrios populares de Medellín han sido agentes activos en la configuración territorial asumiendo roles protagónicos en la construcción tanto física como simbólica de los barrios. Si bien reconocemos fácilmente sus aportes en acciones comunitarias como el convite, las ollas y comedores populares, es decir, con acciones ligadas al cuidado y la cocina, nos resulta un poco más complejo identificar qué otros roles han ocupado las mujeres y que resultan igual de importantes a los anteriormente mencionados.
En cuanto a la construcción en términos físicos, por ser este un trabajo pesado, se valora intuitivamente en mayor medida el papel de los hombres por aportar su fuerza física y por conocer aspectos técnicos y de planeación por sus ocupaciones en el ámbito laboral, sin embargo, las mujeres – e incluso niños y niñas – también participaron activamente de los convites como fuerza de trabajo pesado. Un ejemplo reciente y vigente de esto es la experiencia del barrio Carpinelo el cual se encuentra en un período de equipamiento y mejoramiento de la infraestructura gracias a la organización comunitaria. Actualmente, son las mujeres quienes lideran las obras y se encargan de llamar a los hombres a trabajar, a la vez que trabajan hombro a hombro con ellos.
Ahora bien, no solo se desconoce el papel de las mujeres, sino que en general, se ha dejado de lado todo aquello que se asocia con lo femenino, es decir, la vinculación emocional con el territorio, la infancia, los afectos, el relacionamiento con otras y otras, es decir, los elementos que dotan de significado a los barrios populares, y que se contraponen a la cultura patriarcal y heteronormativa imperantes.
Las mujeres han dado lugar a nuevas formas de habitar el territorio popular, lo que se puede evidenciar en la forma de relacionamiento en la que se pierde la línea divisoria entre lo público y lo privado, tales como el sentimiento de familiaridad vecinal y politización de la acción comunitaria. Para entender esto, podemos recordar lo sucedido en el marco de la pandemia: varias mujeres se empiezan a juntar, reúnen lo que tienen y con ello crean ollas comunitarias dispuestas a alimentar indistintamente a quien desee hacerlo, con el fin de aliviar de alguna manera la carga de hambre que se vivía en el momento.
Los aportes de las mujeres en las labores de cuidado son fundamentales y han estado motivados por el interés de lograr un bienestar común, pero vale la pena insistir en que estos no se deben atribuir a un rol pasivo de la mujer en función de los demás, sino que en sus acciones, enmarcadas en la vida cotidiana, se develan expresiones de lucha, resistencia y participación política de las mujeres, a partir de las cuales se cuestionan y transgreden las formas de relacionamiento tradicionales.
Generalmente, estas mujeres suelen enfrentarse a una triple jornada laboral: 1. el trabajo doméstico y del cuidado, 2. el trabajo remunerado, y 3. el trabajo comunitario, el cual se traduce no sólo en motivar y alimentar a quienes ponen la mano de obra para la edificación de casas y equipamientos, sino también en la participación, gestión y organización para la consecución de proyectos y propuestas demandadas al Estado para la garantía de sus derechos. La participación política de las mujeres se liga principalmente al ámbito comunitario, el cual no es valorado ni reconocido políticamente, lo que a menudo las desvincula de procesos de representación.
Por esta razón, en el espacio comunitario, los liderazgos y aportes de las mujeres han sido más invisibilizados en relación a los de los hombres. Un ejemplo, es el caso de los sacerdotes de la teología de la liberación, quienes son recordados con mucho amor en toda la ciudad. Somos capaces incluso de traer a colación algunos nombres, pero se nos complica rescatar el nombre o la historia de por lo menos una de la gran cantidad de monjas que trabajaron a la par con ellos. Esto nos demuestra que tenemos una ausencia de referentes mujeres, lo que no quiere decir que no existiesen.
Un primer paso para reivindicar el rol que ocupamos las mujeres en los barrios populares es visibilizar, reconocer y darle valor a las luchas cotidianas y a las labores de cuidado, hacer un recorrido por la memoria de los barrios e identificar aquellas mujeres que han aportado a la construcción territorial para rescatarlas del olvido y convertirlas en referentes para nosotras mismas. Hagamos posible una configuración territorial que refleje las memorias y las luchas de las mujeres, sus logros y sus formas de relacionarse con las otras personas, donde se recojan las diversidades y sea posible nuestra participación en aras del bienestar común.
Por Laura Camila Ramos