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Heladerías de antaño

Las heladerías, sitios de sano esparcimiento donde se juntaban familias, novios, amigos, al son de diversas musicalidades

Sentado en una butaca con los dedos entrelazados, una mirada melancólica y una sonrisa que se dibuja tímidamente en su rostro, Asdrúbal evoca los recuerdos de una juventud vivida entre mesas de aluminio y madera, sillas rojas y acetatos que sonaban en un tornamesa. Trabajador por muchos años en las heladerías del barrio Santa Cruz, Asdrúbal recuerda cómo a los 8 años salía de estudiar o de la catequesis y se dirigía hacia la Heladería La Asunción a lavar los vasos del negocio.

Finalizando los años 60 e iniciando los 70, en un local perteneciente a la parroquia, se abre la reconocida Heladería la Asunción, cuyo dueño era Reinaldo Suárez. Éste fue un sitio muy familiar donde también funcionaban las Sociedades Mutuales La Asunción y Los Desamparados, atendían por una ventana que conectaba con la funeraria. Las familias al salir de misa se dirigían a este sitio, pagaban la sociedad y aprovechaban a comerse un frito con un refresco o tinto y a partir de las 4 de la tarde iniciaban a llegar las parejitas y galladas de amigos para disfrutar de la buena música, bailar y tomarse unas cervezas.

Entre 1979 y 1980 surgieron otras tres heladerías que estaban ubicadas frente a la parroquia, sobre la Carrera 49: El Portón, que pertenecía a don Neftalí, quien luego abrió una sucursal de salsa llamada El Portalito, y la última fue El Topacio, que pertenecía a un señor José Cano, quien no logró los resultados esperados y le ofreció la administración a Asdrúbal. Para ese entonces, ya era un joven con mucha experiencia trabajando como mesero y asume el reto y crea unos espacios especiales: los lunes y martes, la hora sabrosa (paga uno, lleva dos); los miércoles, la hora de la salsa; los fines de semana, la hora romántica, donde los noviecitos compartían un rato a solas al son de la música romántica y las dedicatorias.

Así como Asdrúbal, por allí pasaron varios jóvenes. Daniel Roldán, quien también fue mesero, principalmente en La Asunción, recuerda que era un ambiente muy sano, no se veían personas tirando vicio, y si había peleas, eran fáciles de controlar. Los fines de semana se llenaba: un sábado se podían vender entre cincuenta y sesenta cajas de cerveza, llegaban niñas muy lindas a las que llamaban las pirañas, que iban en busca de rumba, también iban niñas de casa como su hermana María Eugenia, quien frecuentaba el portal y La Asunción donde trabajaba su esposo Álvaro.

Allí la música era muy chévere y variada, uno bailaba muy bueno, sin miedo a que le fuera a pasar algo malo, comenta ella.

Todos recuerdan con gran tristeza un miércoles de octubre que llegó un taxi con hombres armados y asesinaron e hirieron a varias personas en El Portalito, por tal motivo se cerró el establecimiento. Tiempo después matan en El Topacio a un empleado que fue testigo del asesinato de un agente del DOC (Policía del departamento de orden ciudadano). Con estos hechos violentos, más la conformación de bandas criminales al servicio de Pablo Escobar, inicia la época más dura del barrio, la guerra entre la Oficina y los milicianos. Los negocios empezaron a decaer y poco a poco fueron cerrando sus puertas, la que más se resistió a cerrar fue La Asunción.

Sin embargo, los hermanos Roldán recuerdan con agrado esa época y desean que en el barrio vuelvan a resurgir las heladerías, con ese ambiente familiar, donde todos y todas eran amigos, sitios de encuentro para bailar y compartir.

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Heladerías de antaño –  Archivo fotográfico de Asdrúbal Giraldo |
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Por Hilda Cañas

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