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El Barrio, un legado de cambio

Somos la memoria viva que aún camina los territorios. Somos viejos, jóvenes,  niños y niñas que vamos construyendo las sendas del espacio que habitamos; caminamos al lado de las memorias e historias que sentaron las bases de lo que hoy llamamos el Barrio. De punta a punta de la ciudad nos conecta un solo sentir, el de amar el suelo que pisamos y por ello luchamos por él, para que no se pierdan los lazos que nos atan a las historias, a las esquinas y a los momentos.

Es un cuento ya conocido con nuevos renglones, porque es una historia que se transforma. Llevamos más de un siglo en estas lomas, viendo el rojo del ladrillo que alguna vez se confundió con el rojo de la sangre. Y ahora llenamos esos ladrillos del color del arcoíris: con el rojo de la valentía y del liderazgo, el naranja de la alegría y la sensibilidad, el amarillo de la lucidez y la justicia, el verde de la esperanza y la determinación, el azul del idealismo y la fortaleza, y el violeta de la afectividad y la empatía.

Las periferias inundaron las planicies silenciosas de la ciudad con los gritos de la alegría, con los sonidos de la cultura, el boom bap del hip hop, la distorsión del punk, el “timbaleo” de la salsa brava y los colores de graffitis y murales que claman justicia, incitan a la resistencia y quitan el gris deprimente de los edificios de concreto. Y así despertaron las conciencias de esos que nos vieron como invasores que solo generan violencia. Y, a pesar de todo, seguimos resistiendo con la misma insistencia y la misma valentía con la que lo hicimos desde el principio.

Derrumbamos fronteras invisibles con recreación. Logramos pactos que buscaban la paz entre jóvenes haciendo esculturas, jugando al fútbol, bailando, cantando, haciendo teatro, tomándonos la palabra. Dimos gritos de vida, donde antes solo había gritos de temor y de dolor. Nos tomamos las esquinas con el característico clamor del respeto por la vida, con las ganas de que esos espacios no fueran más lugares donde jóvenes caían, sino que fueran donde jóvenes se reunieran a reír, a cantar, a jugar y a construir otras realidades.  

Lo hicimos para ser inmortales porque en la memoria del Barrio plasmamos que hay otras formas de ser, de hacer y de relacionarnos más allá de la violencia. El convite nos dio la fuerza necesaria para que estas montañas estuvieran llenas de vida. Aun así, el Barrio no nos debe nada, nosotros le debemos todo.

Tejimos una relación causal entre Barrio e institucionalidad, sin viceversas. Porque llevamos nuestras formas de hacer a los espacios donde los trajes y las corbatas se pensaban la ciudad. “¡Esta ciudad es nuestra!” dijimos mientras mostrábamos el carnaval de la vida con el que vencimos a la muerte y al silencio.

Hoy me siento feliz de ver hasta dónde hemos llegado, me siento feliz de ver en un mismo lugar a todas las personas que a lo largo de esta historia han contribuido para poder vivir en paz, el logro más grande de estos Barrios y en el que hoy continuamos trabajando. Cada individuo, cada organización social, cada esfuerzo y sacrificio han dejado una huella imborrable en nuestra comunidad. 

Quienes habitamos esta ladera, hemos desempeñado un papel fundamental en la construcción de un entorno en el que reina la armonía: Desde aquellos y aquellas valientes que lucharon por la justicia y la igualdad, hasta los incansables voluntarios que han dedicado su tiempo y energía en favor de este territorio. Cada sonrisa, cada gesto de solidaridad y cada acto de bondad han tejido un lazo indestructible entre nosotros, formando un sólido cimiento de convivencia pacífica y de respeto mutuo. 

Mi papá, uno de tantos viejos sabios que aún quedan, me decía: “mijo, todo esto antes era monte y yo, con mis propias manos, hice este techo que hoy nos cubre”. Y yo hoy me siento feliz de decirle a la gente: “todo esto antes era silencio y nosotros, con arte, cultura y resistencia, construimos un nuevo presente para poder pensarnos el futuro”. 

Por: Felipe Machado

 

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