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Mujeres construyendo caminos

Abelisa, Luz Marina y Teresa son mujeres que llegaron a habitar el barrio Villa del Socorro entre los años 1962 y 1964. A pie, en chiva y en volqueta trajeron sus cosas y sus sueños en busca de construir caminos. Hoy, se sientan a conversar juntas, seguras de haber recorrido senderos llenos de historias, como lideresas, defensoras de los DDHH y poetas.

Abelisa llegó a una de las 1200 casas construidas en Villa del Socorro, por la Fundación Casitas de la Providencia. Creció en espacios de discusión política, y en dinámicas barriales como el convite, que le permitió ver cómo se apoyaban en la construcción de las calles, la iglesia y el colegio. “Fui la única de los 8 hijos en ese momento, y un bebé, que andaba detrás de mi papá. En esto aprendí que me gustaba el liderazgo. Un liderazgo, en el que uno eran todos, y todos eran uno”.

Así fue creciendo, permitiéndose hacer cuestionamientos mucho más personales respecto a la mujer que quería ser. Cuenta entre risas, que para su familia, las mujeres que ya tenían 21 años “las había dejado el tren” y las presionaban para casarse. “Yo ya no estorbaba tanto, es más, me había convertido en un apoyo económico para mis papás, para costearle el estudio a mis hermanos. A los 21 años era independiente”. Además, comparte que el estar tanto tiempo con los procesos sociales le ayudó a identificar cosas que cuestionaría en su vida, tales como “(..) el machismo, el patriarcado…y todo eso lo vi y lo viví. No quería que llegara nadie a joderme la vida”.

Narra que se casó cuando ella lo decidió, incluso cuenta, que en ese momento estaba embarazada, y eso era un atentado contra la moral de las personas cercanas.  Luego fue madre soltera, y ejercía su maternidad mientras daba discusiones sobre la generación de espacios de participación para las mujeres, los jóvenes, y la niñez en el barrio. 

Por su parte,  Luz Marina Toro cuenta que llega en el primer viaje de las personas reubicadas del sector de la Alpujarra a una vivienda en Villa del Socorro. Le trajeron en volqueta sus pertenencias materiales, y en ella, en sus pies llenos de tierra amarilla, todo el asombro de recorrer un lugar nuevo. 

Lo que mayor asombro le generó fue ver su casa, y que esta tenía ventanas. “Yo un día me asusté. Iba por la casa, con una vela, porque no teníamos luz en ese momento, y vi en el vidrio de la ventana a una mujer como yo, y con la misma vela. Yo estaba asustada. Hasta que llegó otra y me dijo: ‘Oiga, no ve que es su reflejo’, y pues claro, es que yo no conocía las ventanas”. 

Esta anécdota que pasa quizá, como una inocentada, luego tendría mucho sentido para ella. El reconocerse como mujer, verse a través de otras y defender en ello, su reflejo. Creció en este barrio, se casó y tuvo hijas. Su matrimonio fue generador de miedos, y de la pérdida de confianza en ella misma. Esta sensación duró lo que se demoraron amigas en invitarle a participar en espacios de discusión sobre los derechos de las mujeres, de allí, su voz salió a estar en los escenarios que quiso, y sus hijas fueron criadas por una mujer sin miedo, que conocía sus derechos.

Como si aún fuera la niña que escribía cartas de amor frente al lago del Jardín Botánico, nos encontramos con Teresa Arbelaez, que siendo fiel a esta imagen que nos narra, creció como una mujer enamorada de la escritura desde pequeña. Escribir fue su escudo en los momentos en que la violencia llegó a ser la protagonista  de su hogar. Y fue después, diario que inmortalizó  la valentía de irse de lugares donde le hacían daño. 

Una vez, siendo trabajadora de la Compañia de Galletas Noel, escribió una carta de cumpleaños a su jefa, lo cual generó en la mujer asombro por su peculiar forma de escribir, incluso, cuenta Teresa, que halagó sus escritos y le preguntó “¿Y no ha pensado sacar un libro? Y yo le contesté: Nunca lo había pensado, pero desde hoy, va a ser mi proyecto” 

Luego de esta situación pasaron tres años, en los que Teresa buscó estrategias para la publicación de su libro, hasta que reunió el dinero necesario. Pero justo en ese momento le cortaron los servicios públicos de su casa. Allí, Teresa no sabía cómo escribir la continuación de su historia, hasta que su mamá le dijo  “Mija, yo prefiero que saque su libro, y luego pagamos los servicios, mientras nos alumbramos con velas”.

Al terminar esta conversación con las tres mujeres que hoy son protagonistas,  Luz Marina siguió hablando con Teresa, y dijo una frase que cierra, por el momento, el recorrido por estas anécdotas, pero abre la invitación a seguir compartiendo nuestras historias “Ah, qué importante es este espacio donde nos escuchamos. Yo conozco a Teresa hace mucho tiempo, pero no conocía esas historias… ¡Cuánto habrá enseñado uno hablando!”.

Por Claudia Vásquez Ramírez

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