El reloj está próximo a marcar las 6:00 de la tarde. Lucely corre a toda prisa por las calles del centro de Medellín, debe estar a tiempo para recibir a Francheska, su jornada escolar ha terminado y en adelante su cuidado retorna a la madre, que es quien se encarga de todo.
Fue un buen día para Lucely, vendió casi todo el producto que sacó para comercializar, aunque le tocó caminar más de lo habitual para entregarle a clientes nuevos que por referencia de otros se interesaron en conocer su trabajo. Le quedan dos unidades, está confiada que durante los 45 minutos que tienen que caminar para llegar a casa, alguien, quizá entre su misma clientela, se los comprará, pues “el mejor guacamole del universo”, el producto que elabora con sus propias manos, todos los días, en la pequeña cocina del apartamento donde vive con Francheska y Cheka, la perrita que las acompaña, es apetecido por quienes disfrutan su sabor casero y fresco.
Mientras su hija le va narrando los aconteceres de sus horas en la escuela y en el hogar comunitario donde le ofrecen almuerzo y actividades complementarias a las escolares, hasta las 6:00 de la tarde que debe llegar su madre a recogerla, Lucely va haciendo cuentas del dinero que obtuvo con su trabajo; sus cálculos incluyen comprar los alimentos para la comida de la noche, ajustar para el remedio de la perrita, guardar la parte para completar lo del alquiler del apartamento, comprar para el desayuno del día siguiente y quizás, no está muy segura, le alcanza para comprar un poco más de ingredientes para aumentar las unidades de guacamole que venderá al otro día. En fin, como se dice popularmente esas son cuentas alegres, antes debe vender las dos unidades que le faltan, hacer compras, llegar a casa, preparar y servir los alimentos, darle de comer la perrita, ayudar con las tareas escolares de la niña, organizar lo que necesitan para el siguiente día, arroparla y dejarla dormida… Después, solo después de hacer todas esas tareas de cuidado, podrá hacer el presupuesto real y dimensionar cómo estará la carga de actividades del siguiente día.
Tener un lugar donde refugiar a su hija y darle de comer podría parecer una condición sencilla para muchas personas, pero no para Lucely, una mujer de 51 años que todos los días debe destinar su tiempo de vida en crear estrategias que le ayuden a obtener recursos económicos para cubrir las necesidades de Francheska, por lo menos las básicas, refugio, alimentación, educación y salud.
Su rutina inicia a las 4:30 de la mañana, se organiza y alista a la niña, la lleva al colegio, después de dejarla se va a la plaza de mercado a comprar los ingredientes para su producto, arrastrando un carrito de mercado pesado, por las calles inclinadas del barrio, llega a casa a preparar la receta. Tipo 3:00 p.m. sale a vender, a las 6:00 p.m. Debe recoger a Francheska, si a esa no ha terminado debe llevarla con ella hasta finalizar, pues además de necesitar el dinero, su producto es orgánico, sin conservantes y es mejor venderlo el mismo día para garantizar calidad y evitar pérdidas. Todo lo hace caminando, porque los costos de transporte podrían dejarla sin el presupuesto que requiere para la vida diaria.
Aunque una de las ventajas de su emprendimiento es que obtiene dinero diario, hay días que todo se complica, por ejemplo, los días de mucha lluvia o mucho calor, sumados al cansancio físico, dificultan las largas caminatas en las que se ofrece y entrega el guacamole, que es el emprendimiento actual. El 1 de agosto de este año inició la venta en las calles, va de extremo a extremo con una nevera cargada de recipientes y hielo para su conservación. Algunas personas han encontrado tanto gusto que le encargan cantidades especiales para celebraciones sociales o familiares.
Corresponsabilidad en las tareas de cuidado
“El día que yo no salga a trabajar yo no hago plata”, afirma Lucely en medio de la narración de una serie de acontecimientos difíciles que han tenido que vivenciar, entre ellos no tener con qué pagar la factura de servicios públicos domiciliarios y tener que vivir varios días en medio de la oscuridad. Para Francheska, una niña de 9 años, este suceso fue un juego de “desarrollar el poder de ver en la oscuridad”, para su madre una frustración de no poder cubrirlo todo, porque algunas veces hay que elegir qué pagar o qué comprar.
Desde que quedó embarazada, Lucely ha tenido que idear diversas formas de conseguir dinero y proteger sus vidas, el papá de la niña abortó su responsabilidad, las dejó desamparadas, sin una red de apoyo para el cuidado de la vida. Son solo ellas dos, no tienen a quién llamar si se enferman o si requieren que alguien más recoja a Francheska en el colegio, los fines de semana o los días de vacaciones Francheska no tiene un lugar seguro donde esperar a su mamá mientras trabaja, por eso debe acompañarla. Dejarla sola no es una opción, no viven en un entorno seguro, lamentablemente existen algunos hombres que al ver una niña sola aprovechan para abusarla y maltratarla. Lucely, que ha sido víctima de la violencia urbana y de la violencia de género, no puede siquiera imaginar que algo malo le suceda a su hija.
Lucely es consciente que las tareas de cuidado profundizan las desigualdades y violencias en las mujeres, reconoce que la decisión de tener a su hija le hace más compleja la vida, pero está totalmente convencida que es su mejor decisión, así muchas personas la juzguen y la cuestionen por decidir ser madre. ¿Quién la mandó a tener esa muchachita? Es la pregunta que constantemente tiene que oír de las personas que piensan que el problema está en la mujer y no en el contexto de desigualdad, injusticia y violencia que vivimos en nuestra ciudad, en nuestro país. “Yo decidí darle vida, perdón, pero decidí darle vida”, afirma Lucely con una contundencia que le sale de lo más profundo de su útero.
Pensar cuidados colectivos
A Lucely se le dificulta imaginar qué podría hacer si llegara a tener una porción de tiempo libre, sin ninguna tarea a cargo y sin tener que estar dedicada a trabajar. Al hacerle la pregunta de qué haría con más tiempo libre, de inmediato responde que eso no existe, que para mujeres como ella eso no existe. Se queda pensando, suspira, se le ponen los ojos llorosos, suspira de nuevo, con la voz quebrada y en un tono muy bajo dice que dormiría, intentaría descansar y no pensar tanto. De ser posible iría al mar.
Entre sus anhelos está tener un lugar estable y seguro para ella y para su hija. “Mi sueño realmente es que mi niña y yo no rodemos más, que estemos en un lugar seguro. Yo sé que todo el mundo quiere tener casa, también es mi anhelo tener un lugar estable donde llegar con mi hija”. Al preguntarle qué debería tener un lugar que disponga la ciudad para asumir en colectivo el cuidado de su hija, Lucely responde: “Que tenga buena alimentación, que sea un lugar seguro, un lugar donde pueda potenciar todas las capacidades que tiene, es una niña que le gusta leer; donde yo sepa que no le va a pasar nada malo, donde yo sepa que está segura y yo pueda llegar más tranquila a recogerla, que me dé seguridad para dejarla y poderme ir a trabajar”.
Esta mujer, madre, emprendedora, cuidadora, no se conforma con todo el trabajo que hace, pues todos los días sueña con que su emprendimiento sea tan próspero que le permita ayudar a otras mujeres: “Sueño que yo pueda darle la mano a una mujer, que yo sepa que por medio de lo que yo hago pueda bendecir a una mujer, que ella va a poder ganar dinero para llevar a su hogar, que va a poder estar con su niña o niño, ese es mi sueño.”
Por Marcela Londoño Ríos
Este proyecto es ganador de la convocatoria “Territorios que Inspiran 2024”
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