La gestión de riesgo de la Zona Nororiental es un acto de resistencia, supervivencia y permanencia en el territorio. A través de la autoconstrucción y la memoria colectiva, las comunidades han logrado enfrentar desastres naturales, desplazamientos forzados y condiciones geográficas adversas.
La autoconstrucción de las viviendas no fue solo una respuesta a la necesidad de un techo, sino también una forma de fortalecer el sentido de comunidad y pertenencia. La gestión del riesgo, en palabras de Adolfo Taborda Molina, coordinador del programa derecho a la ciudad y paz territorial de la Corporación Convivamos, “Es poder entender el tema de habitabilidad en el territorio, entender que tenemos un territorio que no es uniformemente compuesto, que es un territorio que tiene una topografía totalmente distinta.”
¿Cómo se puede reparar el territorio? Durante la experiencia de la Escuela de barrios borde de ladera, en el 2018, donde se comenzaron a identificar riesgos en el sector; abordando el ¿Cómo restaurar? y ¿Cómo reparar el territorio? En esas sale el caso del Barrio Carpinelo, donde identificaron que era zona de difícil ascenso y zonas de alto riesgo, encontrando la posibilidad de poder intervenir las escalas de tierra y en el futuro entregar a partir del convite unas escalas con alcantarillado, por donde pudiera bajar el agua lluvia. “Mejorando la calidad de vida de las personas, las escalas que se construyeron fueron casi de 280 metros; han permitido que los habitantes permanezcan en el territorio y lo puedan habitar, hoy les están poniendo gas, están aportando en la calidad de vida a esas familias”, nos cuenta Adolfo Taborda.
Según lo trabajado por la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNISDR), el riesgo es la probabilidad de que una amenaza se convierta en un desastre. Ni las amenazas ni las vulnerabilidades, por sí solas, representan un peligro significativo. Pero cuando ambas se combinan, se crea un riesgo real y tangible de desastre.
El riesgo no surge de la nada. Está compuesto por varios factores interrelacionados:
Eventos físicos potencialmente dañinos:
Naturales: Son fenómenos propios de la dinámica de la naturaleza, como terremotos, huracanes o inundaciones. Estos eventos pueden liberar una gran cantidad de energía destructiva.
Socio-naturales: Estos eventos son consecuencia de la intervención humana en el medio ambiente. Por ejemplo, la deforestación puede aumentar el riesgo de deslizamientos de tierra.
Antrópicos: Relacionados directamente con las actividades humanas, estos eventos incluyen accidentes industriales o el manejo de materiales peligrosos, que pueden provocar incendios, explosiones o derrames tóxicos.
Es importante destacar que un evento físico solo se convierte en un factor de riesgo si existen condiciones de vulnerabilidad. Sin estas condiciones, el evento no tendría la capacidad de causar un desastre significativo.
Para simplificar la comprensión del riesgo de desastre, podemos usar la fórmula: A*V = R, donde «A» representa la amenaza, multiplicado por «V»de vulnerabilidad. El producto de estos dos factores nos da el riesgo (R).
Comprender estos factores es crucial para desarrollar estrategias de prevención y mitigación. Reducir la vulnerabilidad mediante el fortalecimiento de infraestructuras, la educación y la preparación comunitaria, así como minimizar las amenazas a través de una gestión ambiental responsable, son pasos esenciales para disminuir el riesgo de desastre.
Línea de atención en caso de emergencia
Por Rodrigo Aristizábal
Fotografías cortesía Adolfo Taborda y Corporación Convivamos
Este texto hace parte de la Edición 98 – Hagamos un acuerdo, ¡Cuidemos la Vida!
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