Con el paso de los años hemos ido aprendiendo que la salud se refiere a la ausencia de enfermedad, que estamos saludables cuando no debemos asistir al médico o no sentimos ningún dolor, y así hemos ido reduciendo la salud al adecuado funcionamiento de nuestros órganos. Pero la vida es más que nuestros pulmones o nuestros huesos y aunque necesitamos del organismo para existir, diariamente nos vemos enfrentados a situaciones que ponen a prueba nuestros recursos personales y sociales.
Desde esta mirada, podemos entender la salud como la capacidad que tenemos para resolver la vida, con todos sus condicionantes, barreras y oportunidades. Uno de esos aspectos que nos representa un mayor reto es la relación con los demás y consigo mismo, y a este aspecto lo conocemos como “salud mental”.
Hablar de salud mental no solo nos remite a psiquiatras, psicólogos u hospitales mentales; a estos lugares podemos asistir cuando estamos viviendo momentos que desbordan nuestra capacidad de respuesta y nuestras emociones, o cuando tenemos algunas preguntas existenciales sobre, por ejemplo, lo que queremos hacer con nuestra vida o lo que necesitamos decidir respecto a una relación que nos está afectando.
Pero si pensamos la salud mental como una construcción que en la vida diaria nos permite generar vínculos de reconocimiento y solidaridad que permitan la transformación de las vidas individuales y colectivas, veremos que hay multiplicidad de espacios en los que la salud mental se puede cultivar.
Unos de estos lugares son las organizaciones culturales. Con el teatro, la danza, el periodismo comunitario, la literatura, la poesía, la pintura, el cine, la música, podemos reconocer nuestra propia historia y la del territorio, a fin de comenzar a escribir juntos la vida que decidimos vivir. En estos espacios también inventamos formas colectivas de resolver conflictos y de abordar situaciones complejas que nos afectan, encontramos maneras de convivir pacíficamente, nos movilizamos por nuestros derechos y nos asumimos como responsables de nuestra propia vida y de la transformación del territorio que habitamos.
Así, el cuidado de la salud mental puede suceder en espacios que tenemos a la vuelta de la esquina: Mi Comuna, La Casa Amarilla, Playoniando, Casa Lesmes, los Centros de Desarrollo Social, las Huertas Primera Línea y Sembradoras de sueños, Casa Las Sabinas, los chicos del RAP, la mesa de Derechos Humanos y los diferentes colectivos y grupos artísticos y culturales, son espacios significativos que contribuyen a nuestra salud mental, entendiendo que ésta no habla solo de la locura o la enfermedad mental, sino del hecho de que como seres humanos nos vemos ante el reto de crear maneras de convivir y de respetar la diferencia, así como de hacernos responsables de la construcción de nuestra propia vida.
Les invitamos a que, con sus amigas, amigos, vecinas, vecinos, hijos e hijas y demás personas significativas, visiten estos espacios que han sido cuidadosamente construidos para la comuna y la ciudad.
Queremos aclarar que estos espacios no sustituyen a los profesionales que brindan apoyo ante la ansiedad, la depresión, el consumo problemático de sustancias, el suicidio o las diferentes formas de violencia. Ante estos eventos es necesario dirigirse a las ofertas institucionales, tales como los sistemas de salud y de justicia, los proyectos públicos o la oferta privada, para recibir ayuda profesional.
Por Catalina Betancur Betancur
Doctora en Salud Pública (PhD)
Universidad CES