Para Rubiela Álvarez, ser emprendedora significa “salir adelante, como dios le ayude a uno”, así describe su forma de trabajo, que lleva ejerciendo 62 de sus 71 años. Para ella, como para muchas mujeres, emprender no está asociado siempre al desarrollo de una idea creativa que las moviliza, sino a la necesidad de sobrevivir y construir una vida digna para ellas y sus familias, una necesidad que ha acompañado a Rubiela desde los 9 años.
Ella pone énfasis en el dios que la ayuda porque nunca ha recibido asesoría, apoyo, ni capital. Se ha enterado de programas de crédito para mujeres pero no ha accedido, ya que conoce muy bien su forma de trabajo y sabe que hay días buenos y días malos y no está dispuesta a que lleguen días malos y deba escoger entre la comida y la cuota en el banco, ella prefiere no contar con nada que no sienta propio.
Ha trabajado vendiendo frutas y verduras; tuvo un par de trabajos “a lo hombre”, como ella le dice a trabajos como la construcción; y despues de tener sus hijos, sus necesidades cambiaron y optó por la venta de chance, el trabajo por temporadas: antioqueñidad, halloween y navidad; y siempre, de manera paralela, su puesto de comidas: deliciosas frituras y bolis de frutas. Bolis de bolsita que a todos nos han refrescado alguna vez y que nos recuerdan que en cada barrio de esta ciudad hay mujeres como Rubiela, que están siempre en la tarea de salir adelante.
Rubiela habita el barrio Moscú #1 desde 1978 cuando arribó con sus padres, sus hermanas y su hijo, y desde entonces nunca más se ha ido ya que fue madre soltera de tres hijos, que solo ha sentido seguros junto a ella o sus hermanas. Es por esto que optó por los trabajos de temporadas, y por la venta de chance porque le permitían estar en barrio, disponible para el cuidado de sus hijos. Con este trabajo ha garantizado siempre las necesidades de su hogar y construyó la casa donde hoy vive, sobre la que fue la casa de sus padres.
Espera permanecer en ese barrio y en esa casa, cerca de sus hermanas y sus hijos, mas no siempre ha sido fácil y recuerda que en sus años trabajando en el barrio se sintió más de una vez en riesgo, pues cada vez que había picos de violencia debía desarrollar su trabajo alerta, dispuesta a correr en cualquier momento y esconderse. La mayoría de mujeres que como ella han trabajado autónomamente; desde la informalidad que les permite cuidar a sus hijos e hijas no tuvieron nunca afiliación a salud, a pensión ni a riesgos profesionales -aunque los enfrentaran todos- porque cuando trabajas en la calle estás al sol y al agua, pero además, alerta a las múltiples violencias que allí confluyen y que nos atraviesan especialmente a las mujeres.
Rubiela cuenta que alguna vez, una persona habitante de calle y con dificultades de salud mental la atacó y le causó heridas con un arma blanca, mas ella no tenía una seguridad social que le respaldara los riesgos de su trabajo. Sigue sin tenerla y sigue trabajando. Su único ingreso fijo son 80.000 pesos que recibe de la administración municipal como subsidio del adulto mayor y aunque es una mujer enérgica y se siente honrada de lo que ha logrado con su trabajo, confiesa que desearía tener la posibilidad de prescindir de él, le gustaría tener una pensión y dedicar más tiempo al descanso y cuidado de la salud.
Antes de despedirse, le pregunto qué ha sido lo mejor de ser emprendedora y después de pensarlo me responde que no lo sabe porque no conoce otra manera de trabajar frente a la que pueda hacer comparaciones y que lo más difícil sin duda ha sido que para hacer crecer un negocio necesitas capital para invertir y cuando no lo tienes tu negocio se mantiene pequeño. De haber tenido el capital y acompañamiento, Rubiela habría montado una tienda grande en su propia casa o en un local cercano, pero considera que ese fue el sueño de otra época, ahora desea condiciones dignas para descansar.
Por Alejandra Escobar
Este proyecto es ganador de la convocatoria “Territorios que Inspiran 2024”
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