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Tóxicas, Histéricas, ¡Locas! Apuntes feministas a la salud mental

La depresión
no me ha roto
no soy una versión inferior de mí misma
por la ansiedad
soy una persona entera
completa
y complicada.

Rupi Kaur

A menudo a quienes nos nombramos feministas nos identifican como desadaptadas. Y tienen razón, el feminismo es una apuesta por la desadaptación a un sistema que es violento e injusto con todos, todas y todes. No siempre adaptarnos es sinónimo de salud.

Que nos duela hasta la médula que en Medellín se siga explotando sexualmente a niñas, niños y adolescentes; que nos sintamos tristes en relaciones donde no somos reconocidas como un par; o que estemos ansiosas en entornos laborales precarios e inestables es la expresión de nuestra capacidad de resistir a la demanda de adaptarnos a un entorno enfermo, precario y violento, que necesita urgentemente ser transformado desde múltiples frentes.

Como psicóloga feminista, le apuesto a que toda lucha por la salud mental, este atravesada por el reconocimiento del contexto que nos atraviesa y por las luchas colectivas por la dignidad, los derechos y la equidad. Para empezar a hablar de salud mental, voy a seguir el cliché de presentar la definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS) :  «Un estado de bienestar en el cual cada individuo desarrolla su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y puede aportar algo a su comunidad».

Empiezo por ahí porque a veces necesito tomar prestadas palabras para encontrar las mías, o identificar un oponente digno que me estimule a formular mis propios argumentos. Frente a la OMS nombraré dos cosas que no me gustan de su definición: primero, que la noción de trabajo aparezca como esencial y además, acompañada de productividad y no de dignidad o de felicidad; y segundo, que asigna una responsabilidad individual a las personas sobre su salud mental.

Trastornos del estado de ánimo, trastornos de la conducta alimentaria y dismorfia corporal tienen una prevalencia más alta en mujeres. Siguiendo a la OMS ¿Nos falta a las mujeres capacidad para afrontar las tensiones que nos da la vida (violencia psicológica, verbal, estética, económica, física, patrimonial, sexual y simbólica)?

Adicciones y problemas de control de la ira prevalecen en hombres. ¿Les falta a los hombres capacidad para desarrollar su potencial en un entorno que les mutila su emocionalidad y sensibilidad?

Retomando a Martín Baró, reformulo su pregunta ¿debe transformarse nuestra experiencia o el entorno que la genera? ¿Acaso no son muchas de nuestras dolencias reacciones normales ante situaciones que deberían ser anormales?

Sí viviendo en Medellín siento un miedo constante a morir presa de un tiburón, quizá haga parte de mi salud mental atender ese miedo y procurar erradicarlo o transformarlo. Pero, si viviendo en Medellín, siento un miedo constante a ser víctima de violencia sexual ¿Soy yo la única responsable? ¿Soy yo la que debe cambiar? En el 2021, Medellín reportó 1.876 casos de violencia sexual en solo un año, de los cuales 1.582 fueron agresiones contra mujeres.

La responsabilidad de mi emoción de miedo, es colectiva; les pertenece a instituciones, que deben garantizar efectividad en la aplicación de la ley y prevenir y castigar la violencia sexual; y nos pertenece a todas las personas, reconociéndonos responsables de generar cambios culturales que dejen de normalizar las violencias. Entonces ahí, sin miedo, yo podría sentirme tranquila y utilizar mi energía al 100% para desarrollar mi potencial.

Finalmente comparto la definición que yo misma me he formulado como horizonte de sentido, con la esperanza de que lejos de ser punto de cierre, se convierta en la posibilidad de aperturar preguntas, reflexiones y diálogos alrededor de la salud mental.

«Salud mental como estado de congruencia mutuamente propiciado por los miembros de una comunidad, donde cada quien puede habitar en armonía con la naturaleza, con su entorno, con su cuerpo y con el de los demás, procurando la salud, el cuidado, la dignidad y el goce».

Por María Alejandra Escobar Suarez

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