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Lo que florece de la memoria

Por Giulia Zoratti

Este artículo expone algunas reflexiones personales surgidas a partir de mi participación en los talleres sobre equidad de género y periodismo comunitario desarrollados en el proyecto “Territorios Compartidos. Formación para la Equidad de género en la comuna 2- Santa Cruz” por el grupo de investigación MASO, a Corporación Mi Comuna, y el Sistema de bibliotecas públicas de Medellín, en alianza con la Corporación las Sabinas en el barrio La Frontera. Más que ofrecer respuestas o verdades, quiere compartir interrogantes que se abrieron para mí alrededor de las memorias y la identidad.

Somos conscientes de las cosas que asumimos seguras cuando nos llegan a faltar, cuando nos aventuramos en un contexto diferente donde ya no podemos darlas por sentadas. A mí me pasó acá en Medellín, más precisamente en el parque del barrio La Frontera, a lado de la Cancha de Polvo, con esta cosa tan sutil, efímera y preciosa que es la memoria.

Para que se pueda entender bien lo que escribo y porque lo escribo, es necesario que me presente. Seré breve. Me llaman Giulia, nací y me crié en el norte de Italia y en los últimos diez años he vivido en diferentes lugares del planeta. En 2019 viví un tiempo en Medellín gracias a un intercambio con la Universidad de Antioquia. Siempre quise volver, y finalmente en julio de 2023, después de 4 años, alcancé este sueño.

Soy voluntaria en la Fundación ENGIM, una fundación italiana con un enfoque educativo y de formación al trabajo para jóvenes y adultos, que en Medellín tiene su sede en el barrio La Sierra de la comuna 8, donde también está desarrollando la mayoría de sus proyectos, siempre en apoyo a fundaciones e instituciones locales: un centro juvenil en donde desarrollar actividades con niños, niñas y adolescentes ; apoyo escolar en varios colegios del barrio; huertas escolares; talleres de cocina; formación y financiación de proyectos de cultivo de café; implementación y formación en huertas domésticas.

Yo vivo en La Sierra, participo en el desarrollo de las huertas escolares, en el centro juvenil; y además, gracias a un vínculo entre ENGIM y la Universidad de Antioquia, me vinculé desde agosto del 2023 al proyecto “Territorios Compartidos”, en el marco del cual se desarrollaron dos grupos formativos: “Laboratorio de Equidad” y “Periodistas comunitarios”.

El primero estuvo dirigido a niñas y adolescentes, y pretendió plantear reflexiones y actividades alrededor del género, las violencias que vivimos las mujeres en un contexto machista, la percepción del cuerpo, la afectividad, los vínculos y las relaciones. Se constituyo como apuesta por la construcción de un espacio seguro para las participantes, en dónde pudieran expresarse, cuestionarse, confiarse e interrogarse sobre temáticas y experiencias que muchas veces son asumidas como normales e inevitables, y que en otros casos son consideradas tabú.

El segundo, de periodismo comunitario, consiste en una serie de talleres sobre la importancia y construcción de las memorias comunitaria y sobre las herramientas propias del periodismo, dando grande relevancia a la componente audiovisual. Ambos procesos impulsaron la apropiación, por parte de los niños y niñas de los territorios que habitan: el cuerpo, la casa, el barrio.

Participar en estos talleres fue para mí una gran oportunidad de convertirlos en espacios de aprendizaje y construcción de vínculos, así como de reflexionar sobre temas que considero extremadamente importantes. Habría mucho por decir. Hoy decido hablar de la memoria: de su rol fundamental en construir identidades; de los ejercicios de poder que contiene; de su potencialidad para el fortalecimiento de la autonomía, en tanto permite establecer relaciones entre lo personal y lo colectivo; y, de las posibilidades de cambio que brinda al hacer evidente realidades dañinas e invisibles y valores y patrimonios que se quieren transformar.

Entonces bien, hablar de memoria, me lleva a hacer un recorrido por lo que esta ha significado para mí en mi historia vital, desde el contexto histórico y sociopolítico en que nací y crecí.

En la escuela me hablaron de historiografía, de la construcción de la memoria oficial como la única y sola memoria, de su elaboración por parte de quien ganó la guerra, por parte de los poderosos. La historia que se estudia en la escuela tiene poco de memoria y todo de política. Luego, en la universidad, empecé a estudiar los historiadores que querían contar la historia del pueblo, de los subalternos, de los sumisos. Todo bien, pero seguía llegando a mis oídos y a mi alma como historia, no como memoria.

Lo que sí me llegaba como memoria era la reconstrucción de lo que pasó en los campos de concentración en la época nazi; el 27 de enero, el día de su conmemoración, se llama “el Día de la Memoria” y es un día donde desde chiquitica en la escuela te enseñan a llorar y a compadecer las víctimas. Entonces, crecí con esta idea dramática de la memoria como algo quizás necesario, pero triste, y que solo tenía que ver con víctimas y verdugos y, sobre todo, lejano, que tenía un impacto mínimo, sino nulo sobre mi vida.

Luego ya más grande, me enteré de las luchas de las guerrillas partisanas italianas para la liberación de la invasión alemana a finales de la segunda guerra mundial, y estos hechos se sumaron a mi concepto de memoria, lograron remodelarlo un poco, mostrándome algo diferente a lo que me ofrecía la escuela. El 25 de abril, el Día de la Liberación, es una gran fiesta, se cantan canciones partisanas y anarquistas, se habla de rebeldía y lucha, de autogestión popular y desafío al poder. Es un día de borracheras y amistad, aunque no falten momentos de conmemoración más sombríos, lágrimas y recogimiento. Pero siempre se dan en un trasfondo de orgullo y dignidad, dos adjetivos que ahora siempre asocio a la palabra “memoria”, que ya no me parece sólo un gris y depresivo estanco.

Sin embargo, la memoria seguía siendo algo lejos de mí, bien en términos temporales o en términos espaciales. Memoria como algo lejos en el tiempo en los dos casos que mencioné: ya hace décadas algún sobreviviente ha contado su historia, algún experto profesional o algún familiar de las víctimas ha investigado sobre estos hechos y los ha transformado en memoria histórica que yo nada más tengo que recibir.

Memoria como algo lejos en el espacio: cuando yo misma me volví una de estas profesionales, una antropóloga, (experta no, pero profesional parece que sí) encargada de investigar historias de vida y por ende la memoria que conllevan, siempre me iba lejos de mi casa a investigar, donde pasara algo más interesante, huyendo “el obvio”. Me parecía que por mi casa no había memorias que rescatar, que todo lo que tenía que ser contado y documentado había sido muchas veces contado y redocumentado, que estuviera accesible a todo el mundo, al alcance de un clic o de un evento organizado por amigos. Muy ciega yo en no darme cuenta de que muchas veces las informaciones, un abanico de memorias, llegan sólo a quien está interesado o interesada en buscarlas, y que la mayoría de las personas se encuentra más bien bajo una lluvia de historias que pretenden ser “únicas y objetivas”.

Vuelvo al principio. Al Parque del barrio La Frontera y a la Comuna 2, donde me di cuenta de que la memoria no es algo lejano, algo que investigaron y produjeron otros, algo que tengo que ir a buscar pa’l otro lado del mundo. Aquí la reconstrucción y transmisión de la memoria es una tarea que queda pendiente, que concierne y afecta lo cotidiano, el entorno más cercano, el barrio, la casa, la familia, el mismo cuerpo de una. Es una labor colectiva, que involucra investigadores, instituciones, corporaciones, profesionales de salud psicológica, educadores, líderes sociales, comunidades, procesos colectivos, artistas, y todos los actores sociales y comunitarios que se pueden imaginar.

Aquí la memoria es viva: hay que construirla de hechos tan recientes que las heridas siguen abiertas, que sus consecuencias todavía moldean la realidad en la cual vivimos. Memoria viva implica también la construcción de los barrios, de sus personajes representativos, de sus líderes y lideresas sociales, de las luchas y resistencias pasadas, presentes y tal vez futuras, de las celebraciones colectivas y familiares, de los momentos de fiestas y de compartir. No es la memoria de acontecimientos que afectaron sólo a nuestros bisabuelos, una memoria de “erase una vez”, no: es la memoria de hechos que los jóvenes de hoy vivieron en primera persona, aunque chiquiticos, aunque no tuvieran en ese entonces los instrumentos necesarios para entender realmente su significado, magnitud e implicaciones.

Y también, por primera vez, no sólo entiendo racionalmente, sino que siento físicamente la importancia de reconstruir la memoria, de buscar y demandar la verdad, de identificar responsables y responsabilidades, de organizar reparaciones no sólo y no tanto desde una perspectiva económica sino sobre todo simbólica, para que se pueda elaborar el duelo, a nivel individual y colectivo. Hay que escribir canciones, contar cuentos, poner en escena obras de teatro, pintar murales, grabar podcast; hay que guardar minutos de silencio, hay que desahogar gritando.

Sin embargo, creo que ahora que todo está grabado, fotografiado, modificado y compartido es todavía más necesario preguntarnos qué es la memoria, cuál es su límite -si es que tiene uno o si queremos ponerle uno-, qué valor, potencial o riesgos conlleva, si es que todo lo que se anota y guarda es memoria o menos. ¿Llegamos o estamos llegando a un punto de saturación de la memoria? ¿Tenemos tiempo para vivir y espacio mental para procesar lo que vivimos si estamos todo el tiempo almacenando imágenes, videos y datos? ¿Si estamos todo el tiempo consumiéndolos? ¿Cómo se enseña a distinguir la memoria de la ficción cuando esta última desborda y se apropia de todo el espacio de aprendizaje?

Es por eso que me impacto que, durante una conversación sobre la memoria de la ciudad, niños y niñas, referenciaran como fuente sobre la Comuna 13 y la Violencia en Medellín a la serie “Narcos” de Netflix, o sea una telenovela norteamericana, creada por tres directores también norteamericanos, desde el punto de vista del protagonista que es, también, norteamericano. Una telenovela que no pretende ser una reconstrucción históricamente adherente a la realidad de los hechos, pero que tampoco aclara de forma explícita no serlo. La serie se enfoca sólo sobre Pablo Escobar, y sólo de él hablaron los niños y las niñas: ¿qué pasó con los demás actores del conflicto, con la complejidad de la realidad? ¿Cómo podemos hacer que los niños y las niñas vuelvan a vivir en el mundo real más que en el mundo virtual?

Aquí en Medellín, sentí realmente y profundamente que existe también una memoria tácita, sin palabras, una memoria de los cuerpos, la memoria implícita en lo que “es normal”, en lo que siempre ha sido así y que no hemos cuestionado nunca, la memoria que legan los modelos que nos rodean desde que nacimos. La mayoría de lo que hacemos es la reproducción subconsciente de esta memoria transmitida a través del ejemplo, de la normalización de unos patrones, de unas costumbres, de una forma de ser.

No me sorprende que muchos niños de La Sierra, donde vivo y trabajo,  (que son la primera generación nacida después de que se mermara significativamente el conflicto interno al barrio), se peguen todo el rato y que cuando intentes dividirlos te contesten: “Ah no profe, es que es nuestra forma de querernos”. No me sorprende que para demonstrar que una niña te gusta vayas y la moleste con bromas sexuales o violencia física, así como no me sorprende que una niña reciba agradecida estos piropos y estos puños. Porque ella también los lee como forma de cariño.

¿Cómo enseñar otras formas de relacionarse, otros patrones y otras lecturas del mundo que resulten en una nueva normalidad? ¿Cómo generar este cambio haciendo que resulte claro el porqué de su necesidad? ¿Cómo grabar una memoria de lo que ha sido para que no se repita, sin demonizar quien a su vez reproducía patrones dañinos por necesidad de sobrevivir en aquella realidad?

La creación de nuevos modelos, nuevas posibilidades de estar en el mundo, nuevas identidades que surjan desde un desafío de los patrones de comportamiento asentados es un trabajo extremadamente largo, que se demora muchos intentos y fallos antes de lograr conseguir sus objetivos. Y los alcanza a través de un ejemplo constante y repetido en el tiempo, un trabajo sutil de acompañamiento, de creación de vínculos y confianza. No se puede sólo hablar de las cosas, explicarlas, es necesario y sirve, pero más llega el modelo, el vivido, el compartido.

Ahora que llegué a esta conciencia, no sólo racional sino vivida y visceral, de la importancia de la memoria, queda abierta la cuestión de cómo construirla, como difundirla y como inserirme yo, procedente de otro contexto, otra historia, otra memoria, en este proceso. Memoria histórica, memoria de cuerpos, memoria de patrones y modelos que queremos desafiar: la base fundamental, la conciencia necesaria, sobre la cual construir identidades y generar cambios.

Este proyecto fue desarrollado por la alianza entre la Corporación Mi Comuna, el Sistema de Bibliotecas públicas de Medellín, la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas y la Escuela Interamericana de Bibliotecología de la Universidad de Antioquia, con el apoyo financiero de Vicerrectoría de Extensión y la Dirección de Regionalización de la Universidad de Antioquia, mediante recursos de la 18 convocatoria BUPPE: Fortalecimiento de la interacción Universidad – Sociedad en las categorías Personas, Planeta y Paz de la Agenda 2030 y la articulación con la Corporación Las Sabinas.

 

 

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