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La maternidad es cosa de todas y todos

Por María Alejandra Escobar Suárez
Corporación Liberi Psicosocial

Conozco muchas madres, y de alguna forma tengo más de una. En mi vida diaria me rodeo de mujeres que, de múltiples maneras, maternan y asumen con ello roles y responsabilidades que a veces abrazan con amor y otras más, sobrellevan con cansancio o resignación. En este ejercicio de acompañar a otras mujeres he aprendido a des-romantizar la maternidad, a humanizarla, y con ello a valorarla y reivindicarla; no como se valora lo inmaculado, lo dulce, lo perfecto, sino precisamente desde su complejidad y visceralidad, que le hacen tan profundamente animal, humana, divina.

A partir de esa des romanización, los mayos de cada año se han vuelto para mí meses para pensar, nombrar y celebrar las luchas que las mujeres que conozco y yo misma, abanderamos cada día por el derecho a tener maternidades deseadas y dignas, donde primen nuestros derechos y los de nuestros hijos e hijas.

Cuando recibo la invitación a compartir parte de mis reflexiones a propósito de este mayo, me asalta una avalancha de ideas frente a las cuales me asumo incapaz de decidir y por tanto expongo a continuación, invitando a quienes me lean, a elegir la que resuene más en su experiencia y desde allí generar otras ideas, debates, conversaciones cotidianas que nos permitan nombrar en nuestros espacios la experiencia de maternar y con ello politizarla.

●En primer lugar, pienso en mi tía, cansada con las múltiples tareas que le implican el cuidado de tres hijos y un esposo que no ha aplicado nunca la corresponsabilidad, lo que llega al punto de afectar su salud mental. Pienso en mi abuela que dio a luz a los 16 años y no pudo terminar el colegio porque para ella ser madre era un ejercicio solitario, donde no solo se materna a la criatura que se parió sino también al esposo, que embestido de patriarcado demanda cuidados y atenciones de igual magnitud. Mi abuela, estoy segura, pudo haber sido una gran médica o enfermera, porque es su vocación, porque la moviliza y porque es alguien que nunca para de aprender. Tiene un fuego dentro que no se extingue y que, de haber tenido el tiempo, hubiera expandido hacia afuera proyectando sus sueños. Pero no le quedó tiempo porque tenía que lavar, planchar, cocinar, limpiar, atender a un esposo demandante, parir y cuidar niños. Mi abuela quizás deseaba ser mamá, pero seguro, también deseaba que la crianza fuera un ejercicio compartido, responsable y en equidad que le permitiera afianzarse como persona y no diluirse o invisibilizarse frente a las necesidades de otros y otras.

De ellas aprendo que la crianza implica responsabilidades individuales, familiares y sociales, que hacen falta políticas públicas que reconozcan la economía del cuidado y las necesidades de mujeres, niños y niñas, pero también hacen falta cambios culturales, referentes alternativos de la maternidad, de la paternidad y de cuidados; pautas de crianza no sexistas, apoyo psicosocial y mayor reivindicación de las diferentes necesidades que cada una experimenta, atendiendo a la interseccionalidad y al reconocimiento de la diversidad.

●En segundo lugar, vienen a mí los nombres: Margarita, Martha, Bertha, Socorro, y siento un dolorcito en el pecho que me recuerda que las mujeres que quiero, que son mis amigas, que me brindan consejo y me echan la bendición con una solemnidad mística, perdieron a sus hijos e hijas. No sé cuántas de ellas eligieron libremente ser madres, pero sí sé que todas, si pudieran, elegirían hoy estar reunidas con esos hijos e hijas que les quitó la guerra. Sus nombres me evocan la fuerza y la necesaria lucha por la erradicación de todo tipo de violencias, porque mientras no haya condiciones de vida digna, no habrá condiciones para elegir desde la libertad.

●Pienso en el aborto. En una amiga que un día de manera decidida me confiesa asustada “Aborté, aborté porque no quería ser mamá y tengo miedo porque no estoy triste, porque no me arrepiento, no siento culpa” y en otra más que, aunque los médicos le pidieron abortar para salvaguardar su salud, con la misma firmeza pronunció “Quiero tener esta hija, aunque me implique los retos que me implique”. La primera, extrañada de su propia libertad, de su propio convencimiento, toma la decisión que a muchas les fue negada siquiera como posibilidad y da un paso hacia la conquista de la consigna “La maternidad será deseada o no será”. La segunda, ante presiones familiares, médicas, sociales que dictaminan cómo debe ser un embarazo y de cuáles se debe prescindir, se resiste y defiende vorazmente su derecho a maternar y consciente de los retos que acarrea cuidar una bebé con necesidades especiales lo asume con amor. Ambas para mí son ejemplo de fortaleza y libertad, que me inspiran a transgredir desde el amor y asumir con dignidad mis elecciones.

●Pienso en la negra y la mona, dos mujeres lesbianas que en medio de condiciones culturales y económicas precarias decidieron ser ambas madres de un niño que hasta entonces no contaba con ninguna. Pienso en esas abuelas que maternan toda su vida generación tras generación, en esos hombres que creyeron que paternar era proveer económicamente y se olvidaron de cuidar, y en otros más que como tíos, abuelos, hermanos, padrastros que dieron amor y asumieron la paternidad. Todos ellos y ellas me enseñaron que ser madre no es una experiencia biológica, sino sobre todo una decisión que apuesta por acompañar, cuidar y proveer un ser que necesita de ese cuidado y protección.[/tie_list]

Por último, pienso en mi propia madre, que parió y crio solitariamente, y que ha hecho malabares toda la vida para llevar una vida laboral, estudiar, cuidar y mantenerme a mí y a mi hermano a salvo de un contexto precario y violento. Mi madre deseaba contar con espacios más seguros, tener un mayor acompañamiento de su pareja y de su familia, y se ha esmerado siempre por proveerme de mejores condiciones que las que ella tuvo, a ella le agradezco enormemente, pero no celebro su sacrificio. Siento orgullo de su tenacidad y del valor y la ternura infinita con que ella decide cuidar.

Convencida de que muchas mujeres experimentan situaciones similares quiero alzar la voz para reivindicar el derecho de aquellas que deciden no atravesar por ello y renuncian a maternar, y también para invitar a todos y todas a alzar sus propias voces, porque estamos en deuda como sociedad, estamos en deuda con nuestras madres, y no es una deuda que se pague con el sacrificio o con la adoración inmaculada que las deshumaniza negando su complejidad humana y su ser como mujer; es una deuda a la que se debe responder desde los espacios cotidianos, generando corresponsabilidad y cambios en nuestras relaciones familiares, de amistad, vecinales y sociales, así como desde las luchas populares por la generación de condiciones dignas para la maternidad, el embarazo, la crianza y el ejercicio libre de nuestros derechos sexuales y reproductivos.

No importa si tienes o no hijos o hijas, si deseas o no tenerlos, la responsabilidad de generar condiciones de equidad y dignidad para quienes deciden ser madres y para los procesos de crianza es una responsabilidad social que nos compete a todas y todos.

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