“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo” Eduardo Galeano. Esta frase del escritor uruguayo condensa la esencia de lo que significan acciones culturales para las organizaciones e iniciativas de esta índole en la ciudad. Desde su experiencia y vivencias en su apuesta de vida, plantean algunas posturas y opiniones frente al derecho a la cultura en Medellín.
¿Cómo viven la cultura en su individualidad? es la primera pregunta para actores representativos por su trasegar cultural, entre ellos, Yakeline Quintero, gestora cultural de la Universidad de Antioquia y habitante de la Comuna 2 Santa Cruz. Ella inicia contando que la cultura se da desde la calle, en el territorio. Su trabajo le posibilita conocimientos y saberes con las personas que se topa: «Los recorridos me permiten observar las diferencias identitarias, lo plurales que somos en nuestros territorios. ¿Cómo hacer que en estos lugares tengan lo que se necesita desde lo cultural cuando somos tan diversos?», termina cuestionando.
Aura María Rendón es integrante de la Corporación Estanislao Zuleta y menciona que cuando existe un colectivo o una organización cultural, hay una lucha detrás para poder sobrevivir y continuar el proceso, siendo esta una realidad paradójica ya que según cita el artículo 71 de la Constitución Política de Colombia, (…) El Estado creará incentivos para personas e instituciones que desarrollen y fomenten la ciencia y la tecnología y las demás manifestaciones culturales y ofrecerá estímulos especiales a personas e instituciones que ejerzan estas actividades.
Alrededor de este tema se pone en cuestión, qué se requiere para tener el apoyo del Estado que está obligado a fomentar espacios culturales, pero son prescindibles a la hora de destinar recursos. ¿Qué tipo de respaldos? ¿Acaso un abogado o un político? En últimas son los integrantes de colectivos los que por convicción llevan a cabo aportes culturales en sus diferentes comunas, con autogestión, sin ninguna remuneración o apoyo estatal.
Por otra parte para Yakeline, la cultura debe ser un derecho fundamental ya que es la facultad que como especie nos hace diferentes a las demás, es ser sentipensantes y dar sentido a las diferentes prácticas culturales “pensar, sentir y crear”.
Como conclusión en este diálogo se resalta que a la sociedad le debería ‘doler’ tanto el cierre de un hospital, como el cierre de una escuela o un espacio cultural. Por otro lado, que el ciudadano como parte del Estado es constructor de cultura, de sentido, lo que le da la posibilidad de exigir este derecho; asimismo, actor cultural de su territorio, perteneciéndole los procesos creativos que se dan.
Finalmente, son los ‘pequeños’ actos culturales en medio de los cierres y restricciones los que hacen la diferencia. Alejados de los grandes centros de eventos, y desde las comunas de Medellín, se trascienden los bailes y la música, el cine y las obras de teatro, entre otras expresiones, para pensarse el sentido de la cultura más allá del esparcimiento.
Por Miller Rivera Rodríguez