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UN PANORAMA DESALENTADOR

Nuevamente asistimos a la temporada de elecciones, la supuesta democracia más estable de latinoamérica una vez más demostrando por qué tiene «orgullosamente» ese título.

De todos lados de la ciudad aparecen candidatos buscando votos a como dé lugar para lograr un anhelado puesto político que les garantice generar riqueza propia, envilecer sus mañas, lograr contactos que les aseguren su tajada y, en algunos casos muy específicos, trabajar por la comunidad y en este caso por Medellín.

Compradas las entradas para este circo solo nos queda esperar para ver el desfile de payasos, prestidigitadores y malabaristas de lo público haciendo su acto más conocido, aparecer cada cuatro años para sobar e ilusionar incautos y luego desaparecer hasta nueva orden; o hasta que les vuelva a aparecer un aval en un paquete de Cheetos. Hoy en Medellín mueves un árbol y caen dos djs, varias modelos webcam y una sarta de candidatos al concejo, las J.A.L y la alcaldía.

Ahora bien, no está mal que haya esa cantidad tan grande de candidaturas, 310 al concejo y 16 a la alcaldía, incluso puede ser un buen indicador el que tantas personas quieran participar de la política electoral ya sea como electores o como representantes, el problema recae en la forma en la que en Medellín se piensan tanto lo político como la política. 

Nos enfocamos en un juego de popularidad nea y vacío, los aspirantes a los puestos políticos replican estereotipos trillados que tienen gran aceptación dentro de la idiosincrasia de la ciudad; esta contienda es como un gran Tik Tok: solo vemos candidatos haciendo ridiculeces, los debates son reducidos al «salseo» y de propuestas para la ciudad no sabemos nada. La única que vemos y oímos cotidianamente es «salvaremos a Medellín» o «vamos a recuperar a Medellín» y aquí yo me pregunto ¿salvar de qué o de quiénes? ¿recuperar de qué o de quiénes? Porque ya vimos como son gobernando, ya padecimos sus periodos en los altos cargos de la ciudad y no creo que sean esos personajes los que puedan «salvar» o «recuperar» la ciudad.

El problema en estas elecciones, y creo yo que en las últimas dos, es que nos hemos visto condicionados a votar por el menos peor, aquel que menos daño pueda hacerle a los territorios y a las comunidades que se disputan la ciudad. Esto se debe, por un lado, a la lógica maniqueísta normalizada en la política colombiana, al fanatismo exacerbado de gran parte de la sociedad sumado al regionalismo paisa y, por último, a la carencia de ideas alternativas fuertes que puedan brindar nuevos aires a la política municipal. 

Hoy estamos en una encrucijada: toca elegir entre el continuismo sin nada novedoso, que busca replicar un modelo de ciudad que está fracasando y una peligrosa regresión al pasado con una ansia revanchista contra el gobierno nacional lo que lo hace más perjudicial aún, porque quiere llegar a convertir a Medellín en un fortín ideológico de oposición, cosa que evitaría que muchas de las reformas nacionales no tengan un impacto fuerte en la ciudad.

Para complementar esta problemática, estamos viendo una situación paradójica y es que en Medellín se desdibujaron las fronteras ideológicas y se perdieron los colores a la hora de hablar de política, vemos candidatos brincando de un ala ideológica a otra como si fueran grillos, con el único objetivo de conservar su poder, ya sea territorial o municipal, sin importarle las apuestas políticas que se dejan de lado.

En esta ciudad es normal ver cómo ciertos personajes de un ala política específica se alían con sus contrarios para impedir reformas sociales, para torpedear la aprobación de ciertas propuestas que pueden ser beneficiosas para los lugares más necesitados de la ciudad o para defender intereses específicos de corporaciones, empresas o agrupaciones que muchas veces están en contra de las luchas ciudadanas.

Nos vemos en la penosa posición de jugar en este tablero donde las posibilidades son limitadas y, lo peor, es que ninguna cumple las expectativas que tiene la ciudadanía en torno a temas específicos como la seguridad, la convivencia, la educación, el empleo entre otras. Por esta razón nos encontramos con que para muchas personas el panorama político, en estas elecciones, es desalentador; las opciones realmente fuertes son pocas, las propuestas son bastante mediocres y los procesos de pedagogía política en la ciudad han quedado cortos porque no logran un gran impacto en la sociedad. 

De todo esto solo queda preguntarnos: ¿cómo transformar esas lógicas que nos orillan a que la ciudad se dispute entre los menos peores? ¿cómo potenciar procesos organizativos alternativos sólidos que procuren las transformaciones sociales que necesita la ciudad y vencer el panorama político desalentador que presentan constantemente las contiendas electorales? ¿Por qué es necesario fortalecer procesos de pedagogía política y electoral que permitan un ejercicio político consciente tanto en la ciudadanía  como en aquellos que buscan ser elegidos?

Por: Felipe Machado
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