La memoria de los barrios esta vez fue contada desde las fotografías que guardamos en nuestros hogares, las que atesoramos porque en ella se ven los rostros que hoy ya no vemos, los espacios que ya no habitamos, las risas que ya no oímos.
Como dicen los raperos de Aranjuez, AlcolirykoZ “Las casas se abrazan cuando dormimos Tan estrechas, que todos soñamos lo mismo. Desde temprano martilla el vecino. Territorio bautiza´o por colonos, habita´o por campesinos.”
Escuchar las historias de las mujeres que viven en la zona nororiental desde hace muchos años es encontrar en ellas conceptos similares: el desarraigo, la hambruna, la falta de agua potable, la violencia, el sonido de las balas, los arriendos, las invasiones… y es que eso también me pasó a mí.
Relato 1
«Mi adolescencia empezó a los 11 años, aquí en Santo Domingo. Nos parecía todo muy distinto porque eran pocas casas, nos faltaba agua, la luz y el transporte; pero a pesar de todo éramos felices. Con los vecinos, todas las noches nos reuníamos a contar historias, a brincar lazo. Mi casa eran dos piezas, en una dormíamos los ocho hijos que en ese momento había.
Los desayunos eran chocolate o aguapanela con migas de arepa o plátano con bastante tomate y cebolla, el almuerzo era sancocho, frijol o sudado, nos sentábamos en el suelo y todos comíamos juntos. Para las tres comidas era igual, nos daban colada de algo o arroz con leche.
Cuando tenía 14 años me llegó el periodo, uno se asustaba porque no sabía qué era lo que pasaba. Ya empecé a tener novio, a escondidas me volaba a los bailes, pero a ver bailar porque por ser menor de edad no me dejaban entrar. Mi adolescencia la pasé estudiando y jugando. Y a ver qué muchacho nos gustaba… Ya nos llegaban cartas que nos escribían o tarjetas o un detalle, o nos dedicaban canciones. Para mí fue muy bueno, alegre y feliz.»
Relato 2
«Mi barrio Santo Domingo, te recuerdo como si fuera hoy cuando te vi por primera vez, con tus calles destapadas y muchas casas aún de cartón y tablas, porque muchos de sus habitantes eran migrantes que llegaron con la esperanza de tener un techo propio donde poder levantar a sus hijos. Recuerdo el suplicio que teníamos para tener luz y agua, pues ésta era suministrada por mangueras de lo alto de la montaña, la cuidaba o la hacía llegar un señor que le decían el Fontanero, que era un señor muy alto, de botas y con una llave de expansión, al cual llamábamos cuando no había agua, la luz era de contrabando, con unos alambres que siempre hacían corto.
Al igual que ese fogón de adobe, que era con una resistencia que se dañaba y el almuerzo que con tanto amor preparaba mi señora madre, podría tardar hasta 3 horas o más.
Hoy veo todo muy cambiado, sus calles, las casas, la gente, todo está diferente a como lo encontré a mis 10 años.»
Relato 3
Recuerdo muy poco de mi infancia, sé que vivíamos en Niquía, éramos cuatro mujeres y un hombre. Mi papá trabajaba en la zapatería y mi mamá se dedicaba al hogar.
Nos manteníamos siempre encerradas, no nos dejaban salir a jugar afuera con nadie, ni podíamos tener amiguitas.
Como pobres no nos faltó la comida ni las cosas de más necesidad. Mi papá era muy responsable con todo lo del hogar, aunque era más bien frío, no expresaba su amor ni sus sentimientos. El niño Jesús siempre nos traía lo que él quería o podía, nosotros no pedíamos nada.
Mis padres peleaban mucho, mi mamá se iba y nos dejaba con mi papá, hasta que un día se fue y nunca volvió, yo tenía 12 años y me tocó convertirme en la mamá de mis hermanitas. Y hasta ahí llegó mi infancia.
Relato 4
«Cuenta la historia que cuando nací me llamaron María Cecilia Jaramillo Rojas. No recuerdo haber tenido una niñez feliz, pues soy la primera de cuatro hijos que tuvo mi señora madre. No conocí tías, ni primas o algún otro familiar. Mi madre no conocía familia alguna, ella era huérfana. Cuando apenas empezaba a asentarse le dijeron que sus padres los habían matado la chusma, que ella había tenido cuatro hermanos y que a todos los habían regalado en casas diferentes. Cuentan que yo llegué a este mundo un 29 de enero de 1966, no sé la hora ni quién es mi progenitor; es un tema que no se puede preguntar, pues a mi madre no le gusta que se le toque ese tema.
Lo que más recuerdo de mi niñez es que jugaba poco, no me gustaba jugar a la mamacita, pero sí recuerdo de mi niñez que jugaba poco, no me gustaban las muñecas, tampoco me gustaba jugar a la mamacita, pero sí recuerdo que cuando jugaba con otros niños de mi edad siempre jugábamos a celebrar el cumpleaños.
Escribiendo estas notas vienen cientos de recuerdos no muy gratos, a mi mama le preocupaba que fuéramos dos hijos y fui llevada a un internado de monjas, me sentí abandonada por mi madre en ese lugar desconocido para mi. Allí pasé tres días… Cómo sería mi forma de llorar, que llamaron a mi mama para que fuera por mí, y qué dicha cuando la vi entrar por esa puerta, sin saber que ella, ya tenía pensado llevarme para una casa, pero desde el primer día me pusieron a lavar trastes porque había que ayudar. También recuerdo que tenía un prendedor que mi madre me había comprado, me gustaba mucho, creo que era la única muñeca que me ha gustado y es que ése era un prendedor de muñeca hermoso, me gustaría recuperarlo, aunque creo que ya no es posible. Allí también le tocó ir por mí, al parecer siempre tuvo intentos de abandono, pero mi llanto no permitía que esto fuera posible, por eso será que no me gustan las despedidas, porque en cada una de ellas, siento que soy abandonada por las personas que amo.
Por Andea Sierra