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En El Mirador también hablan las cosas

El puente El Mirador enlaza los barrios La Francia y Andalucía por encima de la quebrada La Herrera. Allí hablan las gentes y también hablan las cosas.

Soy la tierra. Antes, sobre mí, no había más que hierbas largas; después hubo casas y gallinas. El peso aumentó con excavadoras, carros pesados y hombres con pico y pala que dejaron un parque, con juegos y algunas bancas. Niñas, niños, mascotas y personas adultas vinieron por muchos días, sobre todo en el día. Luego el panorama se oscureció y ya las mascotas no se quedan a jugar, ni los niños a jugar, ni a hablar los adultos. No hay bancas ni juegos, ni hierba larga, ni casas y gallinas. Escuché que alguien vino y dijo que este espacio podría ser distinto. Ojalá sean más quienes coincidan. Yo aquí sigo esperando.

Soy el puente. Anaranjado como el atardecer que vienen a ver sobre mí. Pero debajo, ese naranja se está amarillando de óxido, unos tubos sueltos y agua filtrada que me llena de manchas verdes y cafés. Me siento pesado, cansado, escucho decir que van a repararme, ¿quiénes, cuándo, es verdad?.

“Esto aquí solo es bueno cuando traen el circo”, le oí decir a la zarca- una mujer adulta que es vecina del puente desde antes de ser construido- mirando algunos escombros en una esquina. Entonces pensé en qué pasaría si el arte habitara más seguido este lugar, si no fuera un vacío lúgubre y evitado. Que se hiciera intervención en sus muros con graffiti y se hiciera de él todo un escenario artístico en esa frontera entre los barrios Andalucía y La Francia, un complemento para el Puente El Mirador. Que yo no fuera solo un barandal que se le pierde la mirada en la quebrada triste, si no que sobre mi se posaran más conversaciones, que se recostaran sobre mí más risas y anécdotas, que me pintaran de un color distinto al negro y que la gente evitara mi óxido.

Quizás la quebrada también podría cambiar, si más personas la vieran y ya no fuera más un agua invisible que se percibe sólo por su olor fétido y un murmullo de la corriente entre basuras. Todo el día la veo junto a los árboles y siento que el paisaje es bastante nostálgico. Sin embargo escucharla es lo que hace que los días sean más tranquilos y llevaderos. Además los árboles a su alrededor le hacen coros y la mantienen viva. Eso me gusta de aquí.

Con quien más hablo es con el suelo, donde estoy sostenido, ese cemento rojo, que ahora no es tan claro su color. Él también quiere ver pasar otras cosas y escuchar otras gentes. A veces es como si la vida estuviese sobre nosotros y aquí abajo, un limbo arrasante, aunque estemos tan cerca del agua. Las voces que se escuchan son apenas ecos entre pasos por encima del puente. “Mero paisaje se ve desde acá”, “Que chimba esa luna”, “Tomale foto al atardecer”, “cuidao’ que esto está lleno e’ mierda” “coja impulso pa’ que salte ese charco”, “por aquí huele a pecueca, ¿será el árbol?”. Ruedas de bicicletas y motos, triciclos y patines. Niñas y niños corriendo y gritando a carcajadas. 

A veces, los ecos se vuelven voz cercana y se ven bajar por los andenes corretear niños que juegan al parque, a hacer un parque nuevo.
– Yo quisiera que los columpios no fueran tan feos

-Ojalá pusieran un tobogán o una sala de video juegos

-Ese cubo es el desafío

Le dijeron 3 de ellos, morenos, delgados y de pelo crespo, una vez a una muchacha que vino a caminar y a mirar un rato. 

¿Y si en lugar de un cubo con metales oxidados tuviéramos un escenario, y en el morrito tuviéramos unas cuantas maderas para sentarnos a ver una obra de teatro, un juego de malabares, unos músicos, el grupo de danza urbana del barrio, las cumbias de las señoras de la gimnasia, bailarines de tango, salsa y cuantos artistas puedan circular por ese escenario? ¿Y si la altura entre el puente y el suelo sostuviera telas con danzantes haciendo acrobacia? 

Ya no seríamos un hueco oscuro, por el contrario tendríamos mucho color. Ya no estaríamos escondidos, ni seríamos un lugar inseguro o de miedo, sino de risa, asombro y conversadas. Las personas que viven alrededor tendrían espectáculos en la puerta de su casa, vendrían de otros barrios a visitarnos. No solo pasarían el puente, también bajarían las escalas y rampas para vivir la cultura al aire libre.

El puente El Mirador fue construido en 2006 bajo el mandato de Sergio Fajardo en el marco de PUI (Proyecto Urbano Integral) de la zona Nororiental de Medellín, una intervención urbanística para el “mejoramiento del sector” según el Plan de Desarrollo 2004-2007. Si bien ha posibilitado conexiones entre los barrios, no todo es positivo puesto que la comunidad señala que no hay un debido mantenimiento pese a que han enviado peticiones a la Alcaldía de Medellín por el óxido, las humedades, escombros, caída del parque infantil, la falta de iluminación, entre otras problemáticas.  

Por Lorena Tamayo
Ilustración: Rodrigo Aristizabal

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