La juntanza desde la solidaridad y la fuerza comunitaria ha sido una característica principal de la historia de la zona nororiental de Medellín. Gracias a esa comunión, diferentes procesos de base comunitaria han fortalecido iniciativas de paz territorial en los barrios y han sido firmes defensores de la vida, la dignidad, los terrenos habitados, la vivienda, el acceso a servicios básicos, los espacios públicos autogestionados, el tejido social y el derecho a ser reconocidos como parte de la ciudad.
Entre las propuestas importantes en el tejido social de la zona se encuentra la experiencia de Asocomunal y la Casa Juvenil El Parche. La primera experiencia llega en los años 89-90 a la Zona Nororiental, una iniciativa que nació en el marco de la organización del Frente Nacional como estrategia de reconciliación y que, en muchas ocasiones, permitieron potenciar el control de fuerzas bi-partidistas. Después de 1961, cuando Colombia se insertó en la estrategia de la Alianza para el Progreso, diseñada por el presidente Kennedy en los Estados Unidos para frenar la revolución cubana, las Juntas de Acción Comunal se convirtieron en un instrumento para organizar a la comunidad en una perspectiva anticomunista y antisubversiva.
Pero a su vez, las Asociaciones Comunales se convirtieron en un escenario político en disputa, y es en ello donde cuenta William Estrada, líder de Asocomunal: “La asociación estuvo mucho tiempo en la línea del partido conservador y como movimiento social nosotros nos tomamos ese espacio(…) Gente de la Unión Patriótica (UP), Partido Comunista, Movimiento comuneros y algunos independientes; incluso Asocomunal nos dio una espiral de movimiento en toda Medellín, hicimos varias escuelas de formación de liderazgos y en eso empezamos a trabajar en la Nororiental, estuvimos básicamente en las comunas 1, 2 y 3.”
Entonces, la experiencia organizativa tuvo un giro en su apuesta política: de ser informante y brazo gubernamental, se consolidó como un proceso popular en el que la defensa del territorio pasó por la demanda y construcción comunitaria de bienes públicos y espacios para el encuentro que no había en la zona nororiental, además de propiciar espacios de formación en liderazgos comunitarios y participación política. Dicho proceso estaba conformado por sindicalistas, estudiantes universitarios, profesores y militantes de diferentes partidos de izquierda.
Otra de las experiencias significativas fueron las Casas Juveniles, en especial la llamada El Parche en Villa del Socorro, la cual fue un proceso organizativo que nació en el barrio liderado por jóvenes que querían ponerle tregua a la violencia generada por diferentes ‘combos armados’ que se habían instaurado como poderes en los territorios, y poner ante este panorama la defensa de la vida como una consigna central.
La Casa Juvenil El Parche posibilitó espacios donde los jóvenes tuvieron otras oportunidades distintas a las ofrecidas por los actores armados, como nos cuenta Jorge Crespo, cofundador de la Casa Juvenil El Parche: “Hice parte del equipo que creó las Casas Juveniles en Medellín; aquí en Villa del Socorro fue la primera, que llamamos El Parche, con la que buscamos y logramos acabar con el fenómeno de la violencia que en los años 80 se llevó, yo diría que el 80% de los jóvenes de esta comuna que tuvieron que huir, y al menos el 30% de esos murieron. La violencia, aparte de ser la moda, terminaba siendo la obligación por la presión de los grupos armados, el dinero en medio de la pobreza hacía que los muchachos tuvieran que ser parte de los combos”.
Resaltando el trabajo generado por estas experiencias, se puede visibilizar cómo las organizaciones han generado espacios alternos a la violencia, donde la construcción de territorios en paz pasa por la pedagogía popular y la apertura de espacios de participación para jóvenes, que como nos cuenta Jorge les permita ser protagonistas de algo colectivo, un escenario, donde su voz importe. Una ciudad en la que, como diría el escritor uruguayo Eduardo Galeano, sus vidas no cuesten menos que la bala que los mata.
Estos procesos, además, permiten entender que la zona nororiental ha sido habitada por personas que se organizaron y lucharon -aún luchan- ante el desalojo, la pobreza, la estigmatización, la violencia, y gestaron procesos organizativos sólidos que se mantienen en el tiempo. La construcción del barrio fue a pico, pala y dignidad, la permanencia en los territorios estuvo cargada de resistencia y se mantiene el legado de que las cosas en el país cambian desde abajo, desde los barrios periféricos, construyendo poder popular.
Por Claudia Vasquéz
Fotografía: Fernando Cortés /Archivo Personal