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Un hombre limpio de corazón

Las calles de la ciudad están adornadas con basura y a nadie parece importarle. En la Comuna 2 la indiferencia y la falta de cultura de sus habitantes son más evidentes. Cerca de la estación Tricentenario se ven bolsas amontonadas con desperdicios

A ambos lados de la carretera hay tanta basura como gente. El desfile de personas es constante: estudiantes uniformadas se pasean desprevenidas, una mujer camina lentamente por el andén con su bebé de la mano y un “abuelo” esquiva con torpeza los carros para intentar cruzar.

Sandro se distingue entre la multitud. Está agachado a un lado de la calle levantando los desechos que encuentra a su paso. No puede detenerse, no descansa. Con gran agilidad, recoge basura una y otra vez de manera mecánica, sin pensar, como una potente máquina de limpieza.

Mientras todos siguen su camino, Sandro permanece sumergido en su mundo. Ni siquiera el calor sofocante de las tres de la tarde lo detiene. Solo después de haber recogido hasta la última colilla de cigarrillo, se levanta para continuar vendiendo sus artículos puerta a puerta. Toma las mangueras y bases para lavadoras que había dejado en el andén y de pronto, observa desconsolado cómo un niño deja caer la envoltura de un dulce que compró en una tienda cercana.

Sandro quiere olvidarse de lo que acaba de ver, pero no puede. Intenta no pensar, lo invade la ansiedad. Una fuerza interior que no puede explicar, lo obliga a recoger aquel desperdicio insignificante antes de irse. Después, se aleja rápidamente antes de que alguien más arroje basura.

Sintiéndose más aliviado, continúa su recorrido. De nuevo, la tranquilidad lo abandona al percibir que en la cuadra siguiente lo espera un largo camino de basura. Inmediatamente, comienza a levantar vasos desechables, bolsas de plástico, envolturas de papas fritas y papeles.

Mientras tanto, los curiosos desde sus casas lo miran de manera extraña. Desde un balcón con fachada de piedra, un señor le grita: «loco». Algunas personas susurran en voz baja: «eso fue que le hicieron brujería», otras se detienen para observarlo con desconcierto y las más descaradas dejan escapar su sonrisa burlona.

Sandro ignora los comentarios malintencionados a los que ya está acostumbrado. En ningún momento se siente sorprendido, molesto ni mucho menos afligido. Él, termina su día tranquilo porque con sus acciones no le hace daño a nadie. Aunque su rostro evidencia cansancio, sigue recogiendo basura de camino a su casa. Cuando mira el reloj, se da cuenta de que son las diez de la noche. Una vez más perdió la noción del tiempo.

Al llegar a su barrio, La Rosa, el panorama no es nada alentador. Su casa tiene vista a una quebrada de color marrón con olor putrefacto. En su interior, se pueden ver trozos de madera, tela, cartón, botellas y todo tipo de desechos que los vecinos del sector han arrojado allí durante años.

A pesar de que Sandro no soporta estar rodeado de basura, irónicamente ha tenido que aprender a vivir con ella. Su vivienda desentona entre tanta contaminación. Siempre está impecable y organizada.

Cada noche se siente ahogado entre la suciedad, ver tantos desperdicios perturba sus pensamientos. Antes de dormir, cierra sus ojos anhelando despertar en un lugar mejor, donde pueda vivir en paz y no tenga que lidiar todos los días con un trastorno obsesivo compulsivo que lo atormenta, que invade su mente y que lo obliga a recoger basura sin control.

Por mantener limpio su barrio, Sandro continuará recibiendo insultos, críticas y agresiones de aquella sociedad inconsciente que lo juzga sin haber andado ni un solo minuto en sus zapatos, la misma que permanecerá indiferente ante su realidad.

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