Los dos primeros años fueron los más difíciles. Darío pasó de la tristeza a la desesperación. Al principio estaba deprimido, estresado, sin saber qué hacer ni qué camino tomar. Sabía que no podía dejarse vencer y que tendría que luchar incansablemente para salir adelante con sus hijas.
Al mismo tiempo, estaba decepcionado. Siempre fue un buen esposo, atento y dedicado al hogar. Aún no comprende cómo su ex esposa pudo desprenderse tan fácilmente de sus hijas, unas niñas de tan sólo 2, 4 y 7 años, para irse con otro hombre cuando ellas más necesitaban la compañía y el cariño de una madre.
El día a día de una ardua labor
Darío supo que su vida cambiaría por completo, al punto de verse obligado a dejar su trabajo como confeccionista en una fábrica para cuidar de sus hijas. Ante esta situación, la única alternativa que tuvo para obtener ingresos fue trabajar desde su casa, ubicada en una esquina de la calle 98A en el barrio La Rosa.
Un taller con tres máquinas de coser que siempre había tenido, se convirtió en su lugar de trabajo. En un comienzo, los clientes del negocio escaseaban al igual que la comida. Este “amo” de casa, se sentaba todas las mañanas en su máquina con la esperanza de que alguien le llevara una prenda para arreglar y de esta manera tener dinero para el desayuno de sus pequeñas.
Pero poco a poco todo fue cambiando. Los vecinos empezaron a conocer su labor y decidieron apoyarlo. A pesar de las dificultades, Darío nunca se ve con el ceño fruncido ni de mal humor. En su rostro, siempre está dibujada una amplia sonrisa que irradia la simpatía y amabilidad que lo caracteriza.
Las labores domésticas ahora forman parte de la rutina diaria. Todos los días, este confeccionista de 50 años, robusto, de baja estatura y piel morena se levanta a las seis de la mañana y después de llevar a sus hijas al colegio, inicia sus quehaceres habituales: lavar, cocinar, limpiar y ordenar.
Su casa es bastante antigua y humilde. Las paredes están a medio pintar y las tejas de barro se ven resquebrajadas. Hay telas y juguetes por todo el lugar. En las tardes, Darío se dedica a coser cuando se encuentra solo y el ambiente es mucho más tranquilo. Como siempre tiene tanto trabajo, nunca puede acostarse antes de las 11 de la noche.
De un momento a otro, este trabajador incansable tuvo que convertirse en mamá, “amo” de casa, padre cabeza de familia y figura de autoridad. Siempre les ayuda a sus hijas con las tareas, juega con ellas, las educa, prepara la comida, les brinda cariño y buen ejemplo, las consiente y las acompaña a todas partes. Incluso, como padre responsable asiste a las reuniones del colegio y a las entregas de notas.
A las hijas de Darío el abandono de su madre les afectó bastante. Después de cuatro años, su situación ha cambiado. Aquel episodio negativo en sus vidas fue superado por completo. Alejandra, Manuela y Jimena ven a su madre como una simple extraña y se han acostumbrado a contar sólo con su padre. Lo quieren mucho y lo respetan porque saben que es la única persona que no las abandonará. Su dedicación y entrega son una clara muestra del amor que les tiene.
A pesar de las circunstancias adversas, este confeccionista cada vez se siente más orgulloso de ser “amo” de casa. Al fin comprendió que su deseo de superación le permitirá salir adelante, pues como dicen por ahí: “No hay mal que por bien no venga” o “Lo que no sirve que no estorbe”. Ahora, se ha ganado el cariño y la admiración de todo el barrio y se encuentra mucho más tranquilo al ser independiente, como siempre había querido.
Darío tiene muy claro que por el resto de su vida se dedicará a las labores del hogar y al cuidado de sus hijas para brindarles un mejor futuro, esa es su prioridad. Sin embargo, no pierde la esperanza de poder vivir su vejez al lado de una buena mujer que no lo abandone.