Recomendados

Cuando un subsidio no es suficiente

Para Dolys y su hija recibir el subsidio les ayuda a alivianar cargas. Esta es la manera que el Estado ha encontrado para suplir algunas necesidades. Sin embargo, no siempre es suficiente y menos cuando no hay recursos para otorgarlo a toda la población.

Las dos nos dirigíamos al mismo lugar. Lo supe en el momento en qué otra señora, por petición suya, le dijo al conductor: — ¿Usted sabe dónde queda la sede de los discapacitados?

—Es por ahí— señaló indicando el callejón por el que justamente pasábamos.

Me puse atenta, pues me pareció que había llegado. El bus se detuvo y las dos bajamos. Caminamos juntas unos cuantos segundos,  hasta que decidí decir algo.

  • ¿Ha venido antes? Pregunté solo por tener algo qué hablar.

—Sí, pero no me acuerdo muy bien dónde es. Debí venir desde hace dos semanas, pero sólo hasta hoy conseguí pa’l pasaje.

Fue una confesión inesperada, pero no tuve mucho tiempo de reflexionar en ese momento.

Continuó su relato contándome que a una de sus hijas le robaron el celular en el que le informarían, por el sistema Daviplata, cuándo podrían acceder al dinero del subsidio. Eso la hizo ir hasta La Alpujarra a solicitar que le permitan reclamarlo en el banco, pues no tiene la posibilidad de conseguir otro teléfono. Pero de allá la mandaron para la Unidad de Discapacitados en Belén.

Me inquieté al darme cuenta que no solo iba al mismo lugar que yo, sino por el mismo tema.

—De dónde viene— le pregunté.

—Villa Niza.

Una coincidencia más, pues soy habitante del barrio La Rosa que también hace parte de la Comuna Dos.

Desde entonces no me le despegué un segundo intentando persuadirla de que me contara su experiencia como beneficiaria del subsidio para personas en condición de discapacidad. Precisamente debía escribir un artículo sobre el tema y por eso estaba allí.

Me habló de su hija Leidy quien es en realidad la beneficiaria. “Es muy activa, está en el grupo de deportes del Inder” alcanzó a decirme antes de que cada una encontrara al funcionario que le correspondía.

Una vez más coincidimos, pues ninguna de las dos obtuvo una respuesta satisfactoria.

Yo buscaba que me contaran cómo había sido la última jornada de inscripciones para acceder al subsidio y cuándo se empezará la entrega este año.

—Debo esperar a que mi jefe me autorice a dar esa información— me dijo el funcionario que atendió mi visita. Supe entonces que tendría que esperar por lo menos hasta la siguiente semana por la respuesta.

Decidí sentarme a  esperar a Dolys quien en esos momentos sacaba de la  bolsa plástica, que era su único equipaje, una enorme bolsa de regalo que brillaba. En ella llevaba dos cédulas, la suya y la de Leidy, el certificado que acredita el tipo de discapacidad, el sisbén y algunos otros documentos que no logré ver. Con paciencia contó su caso a la funcionaria. Pero la solución tampoco fue inmediata. Debió dejar los datos de su hija y los suyos, y esperar a que la llamen.

A la salida la invité a tomarnos un café, aunque ella prefirió tomarse un “fresquito”.

Resumió la historia de su vida en no más de  treinta minutos. El subsidio me sirve para comprarle las cosas a la niña. “A ella le gusta que le compre buena ropa, shampoo y que le dé para arreglarse las uñas”.

Con los 120.000 pesos que recibe, cada dos meses, se ayuda para satisfacer las necesidades básicas de su hija. Los servicios, los impuestos de la casa y la alimentación corren por cuenta de la labor de reciclaje a la que se dedica gracias a que los vecinos le guardan las botellas y el cartón. Aunque reconoce que lo que gana a duras penas le alcanza para sobrevivir.

La conversación se extiende, pues me interesó la historia de su infancia transcurrida en los tugurios que antes existían en lo que ahora se conoce como Plaza Mayor. De allí fue traída junto a su madre y sus hermanos a vivir a Villa Niza.

Toma la gaseosa lentamente, pero me da la impresión que está inquieta. Por fin me cuenta que debe llegar a clase a las 6:00 p.m. Son casi las cinco y el camino por recorrer es largo.

Echamos a andar, mientras me cuenta de su vida como estudiante. Llegamos al Parque Berrío y mientras caminamos a la Estación es ella quien me pregunta por la respuesta que obtuve del funcionario con el que me entrevisté. —Debo esperar a que lo autoricen a dar la información, le dije.

—Uno siempre debe esperar. No les importa porque como ellos tienen su desayuno, su almuerzo y su cena siempre.

Volví a pensar en lo que me dijo cuando nos conocimos, eso de que no había podido ir por falta de los pasajes, pero su afán por llegar rápido hizo que el pensamiento se desvaneciera al instante.

Abordamos el metro y ella seguro llegó a su clase. Mientras tanto yo intento narrar su historia. Pienso de nuevo en su espera de dos semanas para conseguir los pasajes y en que lo que significa para ella esperar. Quizá no siempre tenga el desayuno, el almuerzo y la cena para ella y su hija.

anuncio

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Para que estemos más cerca
¡suscríbete!
Actualizaremos nuestra información en tú correo electrónico y WhatsApp
Para que estemos más cerca
¡suscríbete!
Actualizaremos nuestra información en tú correo electrónico y WhatsApp
Este sitio utiliza cookies. Al continuar utilizando esta web, aceptas su uso. Para obtener más información, incluido cómo controlar las cookies, consulta aquí:
Este sitio utiliza cookies. Al continuar utilizando esta web, aceptas su uso. Para obtener más información, incluido cómo controlar las cookies, consulta aquí: