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¿Qué es lo que tenemos que defender?

Esta es una de esas preguntas que no tienen una sola respuesta y mucho menos un determinado camino para obtenerlas. Para vislumbrar los caminos es menester el diálogo, por ello en la noche del 14 junio organizaciones comunitarias, colectivos juveniles e interesados de la Comuna 2 se dieron a la tarea de pensar y conversar acerca de la violencia, el miedo que ha sembrado y que ha aquejado a la ciudad durante una larga data.

Así se habló sobre los accionares que constituyen la receta para mitigar el problema de la violencia; para ello se  preparó conjuntamente un salpicón, en el que cada uno de sus ingredientes simbolizó y reivindicó la resistencia que encarnan los procesos comunitarios, los cuales permiten la posibilidad de seguir imaginando otros mundos posibles y de construir el territorio que soñamos.

Las palabras empezaron a salir a borbotones frente a las preguntas: ¿Por qué Medellín después de 40 años sigue siendo violenta? ¿Por qué tanta inequidad? Y ¿Esto para dónde va? Con las diferentes intervenciones se resolvió que en nuestro contexto la violencia es un tema, un hecho y una realidad que ha trascendido, hasta llegar a ser parte de la cultura. Asimismo, se evidenció que existe un afán desde los círculos institucionales en mostrar informes meramente cuantitativos, que desdibujan el trasfondo en el que se desarrolla la violencia; hay un empeño, además, en presentar bandos contrapuestos de buenos y otros malos, escenario en el cual la práctica del fusil ya no se sabe de quién es exclusiva.

Lo que tenemos que defender no es tanto la innovación en los procesos sino la sostenibilidad de los mismos; en los tiempos de amnesia obligatoria tenemos que defender la comunicación y las memorias comunitarias; de los discursos que rallan en odio tenemos que defender la posibilidad del otro de poner el conflicto sobre la mesa; en el show mediático en el que últimamente se ha convertido la seguridad, basada en una política de capturas y estadísticas, tenemos que defender un enfoque de seguridad humana; en un país que se ha mantenido dividido, tenemos que defender la unión entre las organizaciones y sus respectivas agendas comunitarias para una construcción colectiva de espacios para la paz; en una ciudad que se presume como una de las más innovadoras, tenemos que defender a aquellas personas que llevan el peor papel en las brechas existentes; en el enfrentamiento directo que supone la guerra y la violencia, tenemos que defender la vida que hay en el conflicto, la desnaturalización de la acción violenta y el accionar de los líderes sociales.

La responsabilidad de vencer el miedo a recaído en el trabajo comunitario, la violencia sigue haciendo de las suyas y robándonos vida, pero el relato no se puede quedar ahí, hay que enaltecer lo que hacen muchos procesos  comunitarios encabezados por personas que trabajan por una transformación real, desde lo local.

Por Valentina González.

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