La mayoría de nosotros y nosotras hemos pasado por una institución educativa, transitando por procesos de formación tanto formales como no formales. En ese recorrido, casi todos recordamos a una maestra o maestro que vio en nosotras y nosotros más que simples estudiantes: alguien que descubrió curiosidad, sueños y esa «necedad» de querer comprender el mundo.
Son docentes que han ido más allá de tomar lista o calificar tareas. Son quienes se han preguntado si habíamos comido, si estábamos bien. Maestras y maestros que nos han acompañado no solo con tablas de multiplicar, sino con las lecciones más complejas: las de la vida cotidiana.
Como lo expresa Johana Vargas Obando, docente de la Institución Educativa Manuel Uribe Ángel, de la Comuna 2 de Medellín, enseñar es mucho más que dictar un contenido, para ella “es construir cada día un mejor entorno, basado en el respeto, donde se reconozca y valore la diferencia del estudiante. A partir de esta se construye un ambiente de aprendizaje que trasciende, que permite comprender la importancia de cada ser vivo y de sus relaciones, generando espacios de goce que marquen la vida.”
El 15 de mayo se conmemora el Día del Maestro y la Maestra, una fecha que invita no solo a celebrar, sino a reconocer y dignificar una apuesta significativa en la construcción de sociedad. Hoy más que nunca, se hace necesario acompañar a quienes acompañan: defender los derechos del magisterio es también defender el derecho a una educación pública y de calidad para todas y todos.
Sin caer en la romantización de las aulas, es evidente que los docentes se enfrentan cada vez más a la agudización de problemáticas sociales, económicas y culturales que impactan profundamente los procesos de aprendizaje. El aula no es una burbuja: es un espejo de las realidades cotidianas de las niñas, niños y jóvenes.
Por eso, como lo señala Johana, además del amor por la enseñanza, hay desafíos que no se pueden seguir aplazando “nos quedan muchos aspectos por alcanzar para poder hablar de bienestar docente. Uno de los más relevantes es el reconocimiento real, que va mucho más allá del aula. Ser docente no es sólo enseñar contenidos. También es necesario cuidar nuestra salud mental y emocional. La carga emocional de esta profesión es alta, y no siempre contamos con espacios de acompañamiento o escucha. Debemos seguir fortaleciendo la voz de los y las docentes en las decisiones educativas. Proponer, adaptar y construir desde la realidad es fundamental para caminar hacia una educación más humana, coherente, tanto desde lo público como desde lo privado.”
Mientras tanto, en el escenario político, la reforma educativa propuesta por el Gobierno de Gustavo Petro fue archivada sin siquiera llegar a debate en la plenaria del Senado. Aun así, es evidente que el país necesita una revisión profunda de su sistema educativo y reformas estructurales urgentes.
Durante abril de 2025, organizaciones sindicales del sector, encabezadas por la Federación Colombiana de Educadores – Fecode, sostuvieron un proceso de diálogo y concertación. De allí surgió un pliego unificado de solicitudes que recoge algunas de las demandas del magisterio colombiano, muchas de ellas en sintonía con lo que expresan docentes como Johana.
Cinco ejes estructuran estas exigencias:
- Política pública educativa y movimiento pedagógico: por una educación superior como derecho fundamental, accesible, de calidad y financiada adecuadamente. Se defiende la autonomía universitaria y el carácter público de las instituciones como bienes comunes de la sociedad.
- Carrera docente: se propone nivelación salarial, mejores oportunidades de ascenso y la garantía de recursos suficientes en el presupuesto nacional para 2026 y 2027.
- Condiciones laborales y jurídicas: ambientes dignos, seguros y con garantías laborales que permitan el ejercicio pleno de la pedagogía.
- Salud, bienestar y vivienda docente: beneficios reales, especialmente en el acceso a vivienda, articulados con entidades estatales y con enfoque de género.
- Derechos humanos, políticos y sindicales: protocolos para prevenir violencias basadas en género, rutas seguras para la comunidad educativa y protección especial a mujeres docentes víctimas de desplazamiento o violencia.
Es necesario pensar la educación desde garantías reales, tanto para quienes enseñan como para quienes aprenden. No se trata solo de aumentar la inversión —aunque eso también es fundamental—, sino de reconocer que educar es un acto político, capaz de incidir en la formación de seres autónomos, sensibles, críticos y diversos, que habiten el mundo desde el afecto y la conciencia.
Pero si la escuela se convierte en un espacio hostil y precarizado, también puede reproducir violencias y desigualdades.
¡La escuela debe ser un lugar donde todas y todos podamos no solo leer el mundo, sino también imaginarlo, cuestionarlo… y transformarlo!
Por Claudia Vásquez Ramírez