“Hace ciento treinta años, después de viajar al país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia naciera en nuestros días, no necesitaría atravesar un espejo, le bastaría con asomarse a la ventana”.
Patas arriba, la escuela del mundo al revés
Eduardo Galeano
Calles como laberintos, nomenclaturas desencontradas, parques infantiles sin infantes, cabinas voladoras y aves en huída. Aguas muertas y metales vivos, artistas en las esquinas como escenario y teatros con sillas vacías y luces apagadas. Letras de rap silenciadas por su denuncia y letras de reggaeton resonadas en los abusos. Voces de cantantes en call centers y manos pintoras en almacenes. Caminatas por la calle y parqueo en los andenes. Aquí se vive para trabajar en vez de vivir por vivir no más, como diría Galeano en el poema de Derecho al Delirio.
En la Nororiental tenemos las casas patas arriba, las patas son palos de madera que las sostienen en las empinadas lomas de barro anaranjado. Somos barrios de artistas sin espacio público ni escenarios. Lo comunitario es lo que nos ha mantenido el tun tun del corazón, el trabajo colectivo, las luchas compartidas para exigir nuestros derechos, el arte que nos estira las piernas en zancos para decirle a la ciudad que ahí estamos en sus bordes, la música que retumba con tambores en los corazones cansados de las guerras y la danza que se enfrenta a la quietud del Estado ausente.
La dignidad se ha vuelto nuestra bandera, nuestra forma de girar el patas arriba de estas realidades y componerlas en igualdad y seguridad. soñamos con un camino donde las niñas y los niños puedan pensar a la par con las y los adultos y crecer sabiéndose dueñas y dueños de su territorio, como personas críticas y decisivas. Unos barrios donde la vivienda se cumpla como derecho y no esté permeada por el miedo de ser desplazado, por el hacinamiento y por el “estar en alto riesgo”. Que la educación sea horizontal y las niñas y niños tengan la posibilidad de proponer desde sus talentos e intereses, que sean escuchados y no adoctrinados con una sola forma de ver y entender el mundo. Que las y los jóvenes no tengamos que cuestionarnos si es posible o no dedicarnos a lo que nos apasiona porque no es “rentable” y no podemos vivir de ello, que las artes populares sean reconocidas y de acceso para todas las personas.
Caminar las curvas que descienden desde el barrio Popular hasta Villa del Socorro es hacerse preguntas en cada paso. Comparar lo que se ve en frente, en la montaña Noroccidental, y notar diferencias en la distribución de las casas y calles. Es esquivar los carros porque no hay andén para caminar; detenerse en una cancha y verla llena de personas, no solo jugando futbol, sino dividiéndose en cuadros pequeños para otros deportes, sentarse en las graderías a esperar a alguien o simplemente a dispersar la mente y terminar haciendo lo que necesitaría muchos lugares en uno solo porque el espacio público no existe. Seguir la loma es detenerse en un parque infantil y ver que los columpios ya no elevan al cielo ni los deslizaderos activan la adrenalina porque todo se llena de óxido y las niñas y los niños no quieren estar ahí.
Eso es estar patas arriba, al revés.
Sin embargo, caminar la Nororiental también es encontrarse con el estudiante que al notar este sin fin de injusticias, está cursando una carrera que le ayude a encontrar respuestas para aportar en ese giro que necesita su realidad; al artista que con su cuerpo muestra las múltiples formas que tenemos de expresión; a la niña que se le iluminan los ojos al decir que en un proceso social y comunitario se ha dado cuenta que hay muchas formas de aprender y que a ella le gustaría que todo fuera colorido y alegre como cuando se hace un evento cultural. Al niño que le cuestiona a un profesor su forma autoritaria de educar diciéndole que el colegio podría ser más divertido para que las tareas no se hagan por obligación si no por disfrute; es encontrarse a la señora que lleva 50 años en el barrio y que vendiendo empanadas en la esquina mantiene la memoria viva del barrio entero, llena de historias contadas y por contar.
Continuar con este camino es toparse con la tienda del barrio que entre risas y chanzas, recibe a los andariegos como en su hogar mientras espera que la escojan a ella en vez de un almacén de cadena, pues quienes atienden allí esperan que pase un día más para olvidar lo difícil que se ha vuelto el acceso a la canasta familiar ya que la cadena de tiendas de descuento se ha encargado de tener la hegemonía de los alimentos en los últimos seis años, decreciendo su chacita que fue construida con esfuerzo desde hace 11 años y que hoy está en un vaivén de si continúan en el mercado o no.
Transitar estas lomas es verse patas arriba, pero con gente dispuesta a sostener y seguir caminando hacia el mundo al derecho.
Y para terminar, Eduardo Gaelano que es quien inspira este texto: Ojalá.
Ojalá podamos tener el coraje de estar solos
y la valentía de arriesgarnos a estar juntos,
por que de nada sirve un diente fuera de la boca
ni un dedo fuera de la mano.
Ojalá podamos ser desobedientes
cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia
o violan nuestro sentido común.
Ojalá podamos merecer que nos llamen locos,
como han sido llamadas locas las madres de la plaza de mayo,
por cometer la locura de negarnos a olvidar
en los tiempos de la amnesia obligatoria.
Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia
que la condición humana vale la pena,
porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.
Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento,
a pesar de las caídas, las traiciones y las derrotas,
por que la historia continúa, más allá de nosotros,
y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.
Ojalá podamos mantener viva la certeza
de que es posible ser compatriota y contemporáneo
de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia
y la voluntad de belleza,
nazca donde nazca y viva cuando viva,
porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo.