La Nororiental de hoy es fruto del trabajo obrero, popular y de migración campesina; esta ha sido la característica durante estos 100 años, y aún permanece. Hay indicios que permiten pensar en un origen informal, segregado, al norte de Medellín y en cercanías al río, pero esa es una historia aún por rescatar del olvido.
A partir de la segunda década y hasta mediados del siglo XX, ante el fracaso del negocio inmobiliario para la clase media, el aumento de las reivindicaciones del movimiento obrero por mejoras en las condiciones de vida y la demanda de vivienda, en lo que hoy es la comuna 4- Aranjuez y la parte baja de la comuna 3-Manrique, se construyeron barrios obreros. Este constituye el inicio formal de esta historia, y conforma la parte de la Nororiental donde se ubican los barrios más consolidados, mejor dotados con servicios públicos y equipamientos urbanos.
Durante la segunda mitad del siglo XX se dio la gran expansión urbana en Medellín, producto de la migración forzada por la agudización del conflicto en Colombia. La masiva llegada de población dio origen a los barrios populares, autoconstruidos a fuerza de tomas de tierra y convite sobre terrenos de propiedad de algunas pocas familias ricas, y con algún apoyo público en su posterior formalización. Esta es la historia de la mayoría de los barrios de las comunas 1-Popular, 2-Santa Cruz y 3-Manrique. Barrios de contrastes, con calles rebeldes y adaptadas a la montaña como sus habitantes, gran diversidad en la vivienda, una dotación de servicios públicos aceptable, escasez de espacio público y limitados equipamientos urbanos.
Desde finales del siglo XX se da una nueva ola de desplazados por la guerra, y como había sucedido en las décadas anteriores, surge la necesidad de reparar sus vidas autoconstruyendo urbe desde la precariedad; con dificultades para acceder a la vivienda y la formalidad urbana, expuestos al riesgo de desastres, con muy limitado acceso a servicios públicos, y un ordenamiento territorial que les concibe como problema, reflejando la injusticia socio-espacial de una sociedad segregada. Este suele ser el relato de los barrios de borde, aquellos que se ubican en los límites: en la parte más alta donde está el límite urbano-rural, en la frontera con el vecino municipio de Bello, y sobre la orilla del río Aburrá. Un cordón de exclusión y precariedad urbana que bordea la Nororiental, y que a la vez es la muestra más clara de la lucha por la dignidad y el derecho a la ciudad.
Una parte de Medellín que exhibe la dignidad de la lucha por la vida, y a la vez la vergüenza de la guerra y la inequidad. Una Nororiental conformada por barrios obreros, populares y de borde, que para quien la mira desde la distancia tiene su propio colorido, donde se entremezcla el oscuro asfalto, el naranja ocre de los adobes expuestos, y el tono café tierra con el verde vegetal en lo más alto. Una paleta de colores rústicos y honestos como la piel de quienes la construyen, expuesta al sol del trabajo, con los lunares y las manchas de la vida, adornada con el intenso brillo metálico de los techos y los sueños de un mejor presente.
Por Fernando Zapata