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Juan, el albañil

Merodeaba la tarde-noche de aquel 31 de diciembre de 2019 en las calles empinadas de la comuna nororiental de Medellín. Allí en una casa no tan lujosa, pero llena de colores, de personas y de algún que otro animal doméstico, se encontraba don Juan, cuya profesión era la de oficial de construcción y dada la coincidencia con una canción entre su nombre y su profesión, cariñosamente en su comunidad la conocían como “Juan Albañil”. Él, como la canción de Cheo Feliciano, soñaba con una distribución más justa de la riqueza que los trabajadores producían y que era otra de las muchas coincidencias que don Juan tenía con canciones que describían las condiciones miserables con las que se le pagaba a quien dedicó su vida al crecimiento de lo que, antes de ser una urbe, fue una pequeña villa.

Don Juan, no podía dejar de cuestionarse por qué a pesar de trabajar casi toda una vida en el municipio, creía él, en las más ambiciosas obras de cada político de turno, en donde sus manos ya perdían su estética debido a los machucones, las cortadas, cayos, donde padeció múltiples accidentes que ya le ocasionaban dolor en los hombros, la espalda y la cintura; donde los políticos, que para él eran seres detestables, cada cuatro años lo utilizaban como pauta publicitaria en cintas que recortaban para llenarse la boca diciendo que trabajaron en pro de la comunidad antes de dejar sus cargos, que por más corrupción que existiera y retrasos en los trabajos, se quedaría tal vez esperando como el coronel de García Márquez, la recompensa de una mesada con la cual se pudiera retribuir los años de desgaste en pro del crecimiento de la floreciente ciudad.

Su frustración creció cuando en medio de una acalorada fiesta en la emisora sonó la reflexiva canción de Rodolfo Aicardi que le retumbaba en sus oídos “tanto camellar y no tengo na’ ”, y no sólo para él, sino para la subsistencia de su numerosa descendencia al momento que el destino decidiera no seguir contando con él y no pudiera dejarles algo de riqueza que él creía había merecido en vida. Aun así, don Juan con la remota esperanza de sentirse retribuido por su ardua labor, dejó de lado su amargura y decidió ser optimista en esperar un asombroso año nuevo y como buen amante de la salsa creyó en el “pa’ lante” del “plástico” de Rubén Blades y recibió con júbilo la nueva vuelta al sol.

Lo sorprendió el año 2020, pues el día 07 de enero, mientras veía las noticias del medio día, el periodista anunciaba que una nueva enfermedad azotaba el mundo. En ese momento, tal vez como muchas personas, pensó que era algo lejano o simplemente obedecía a una forma de manipulación. Su sueño siempre fue pertenecer a un sindicato, donde pudiera pelear por los derechos de quienes generaban riqueza y que sólo eran utilizados como estadísticas para medir el empleo, pese a sus paupérrimas condiciones, pero nunca decidió dar un paso en formarlo, no sólo por el miedo  a ser despedido sino a ser estigmatizado de ser un sublevador comunista, aunque él ni sus compañeros de trabajo sabían que significaba ese término. Con el pasar de los días, la epidemia se convirtió en pandemia y llegó a su territorio, lo cual generó el despido masivo de trabajadores entre los que estaba “Juan Albañil”.

Ante tal panorama, a Juan no le quedó más que salir a buscar la comida de cada día en la economía informal. Además de las enfermedades aquejadas por su trabajo, ya contaba con algunas otras por el paso de los años y por una vida no tan saludable. En esa nueva rutina de buscarse el sustento mediante las ventas en una carreta se sintió un poco agotado y asfixiado y en medio de la calle cayó sin signos vitales, las causas, desconocidas, pero seguro era asociado con la nueva enfermedad que no sólo estaba destruyendo familias, sino que desnudó las pésimas desigualdades e injusticias sociales que padeció la nación a la que él tanto le generó riquezas, las mimas que ni su familia pudo recibir a título de indemnización, pues a pesar de que en las cifras oficiales indicaba que desarrollaba obras para el municipio, nunca fue formalizado como trabajador.

Por Juan Esteban Gómez

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