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“Abran esos ojos y dense cuenta de la realidad de lo que está ocurriendo”

La Corporación Jurídica Libertad, desde la cercanía en el campo social, nos extendió la invitación a participar en la Caravana Humanitaria al Bajo Cauca del 25 al 28 de agosto de 2019. Decidimos aceptar ya que es un territorio que no conocíamos y queríamos vivir la experiencia de hablar y escuchar a las personas que, según veíamos en los medios, estaban pasando por situaciones complicadas.   

A las 6:00 a.m. salimos para el puerto, como popularmente es conocido el corregimiento de Puerto Valdivia, un lugar que desde Puente Iglesias se veía muy paisajístico pero que en cuanto empezamos a adentrarnos en sus calles se inundó de nostalgia entre una soledad tan densa como el río que lo rodea. En el cementerio los ángeles sin brazos y sin alas empezaban a contarnos un poco de las puertas que se han cerrado a este corregimiento, de la impotencia y el dolor.

Una iglesia cerrada, un centro de salud cerrado, una escuela cerrada, varias casas abandonadas y una papelería a la que solo le quedaban los afiches publicitarios, nos recibieron. El río sostenía 3 canoas sin pescador a sus orillas y su espesa corriente avanzaba lenta como cuando se lleva mucho peso encima. Estábamos sobre las ruinas de un puente que llegó a conectar a miles de pescadores y habitantes del pueblo que pasaban a refrescarse en el local que ahora solo tiene muros rotos y ramas largas. 

Un habitante del corregimiento acompañaba nuestro recorrido y mirando fijamente el caudal nos dijo que el río había perdido hasta su color después de la avalancha ocasionada por el proyecto de Hidroituango. Los peces que históricamente habían sido garantes de la economía en este lugar ya no están porque los químicos que quedaron en el agua no permiten su vida, las personas que les visitaban de otros municipios no regresaron ¿A qué van a volver si aquí ya no hay nada? preguntó con un gesto decepcionado.

En las escalas del atrio de la iglesia estaban algunos líderes preparados para decirnos algo. Dos pescadores sujetaban sus atarrayas, con el poncho en un hombro y la mochila de lado. Uno de ellos se tomó la palabra para pronunciar unas frases que nos confirmaron que efectivamente debíamos estar allí. 

“cambiaron la naturaleza por la modernidad, no saben lo que se viene, dentro de no muy poco tiempo van a tener que volver a buscar en estos territorios albergue donde vivir, porque la cotidianidad los está llevando a su propia destrucción. A ellos les pareciera que aquí hay un problema que no tiene importancia para ellos, pero el agua que ellos se toman es la que nosotros cuidamos, los alimentos que ellos se comen son los alimentos que nosotros cultivamos. Por este río Cauca que ustedes ven aquí casi moribundo, agonizante en este momento, ha subido el alimento para miles y miles de comunidades que a lo largo de los años nos hemos sustentado”.

El nudo en la garganta era más fuerte que los más de 30° de temperatura que soportaban los hombros de quienes estábamos allí. Esas palabras merecen ser titular en todos los medios, esas palabras necesitan ser conciencia en el mundo, esas palabras como él las definió son un llamado a la verdad.

“despiértense, abran esos ojos y dense cuenta de la realidad de lo que está ocurriendo, que aquí hay unas comunidades que estamos exponiendo el cuero, que estamos exponiendo literalmente nuestra vida defendiendo un territorio que a ustedes pareciera que no les importara (…)”. Terminó y volvió a tomar su atarraya.

Con la ilusión de que las artes son el abrazo que despeja la tensión, tuvimos allí una jornada de actividades culturales. Los rostros dejaron de fruncir el ceño para dibujar líneas de sonrisa en sus mejillas y sentir que, como dijo el escritor Eduardo Galeano, “gente pequeña, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”.

Luego debimos continuar a otros lugares para seguir escuchando y mirando a los ojos de la verdad. Visitamos Cáceres, El Alto del Tigre, Caucacia y Tarazá. Cada lugar con una historia y una nostalgia, pero también con una sonrisa que anhelaba dibujarse. Niñas y niños caminaron y cantaron junto a nosotras en el sector de “La Caucana” con banderas blancas, cientos de adultos salieron de sus casas para juntos marchar y pronunciar las ansias de paz y respeto por la tierra, por exigir nuestros derechos. 

El último día visitamos tarazá, allí algunas niñas y niños dibujaron y dijeron lo que quieren para su territorio, sus sueños y esperanzas, las mismas que se quedaron en nosotras para subirnos al bus hacia Medellín y llegar a escribir, a tejer desde los hilos de sus realidades y permitir que sus palabras anden el mundo.

Esta publicación es la primera entrega de 2 artículos que publicaremos sobre la Caravana Humanitaria en el Bajo Cauca antioqueño.

Por Claudia Vásquez y Lorena Tamayo

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