María Paula todos los días va a la tienda y compra los productos para su almuerzo, su última compra fue: arroz, arepas, huevos y tomates, María Paula es una consumidora de los productos de la labor campesina, sin embargo no sabe de dónde viene lo que come, y tampoco tiene idea quién los produce. Para César campesino y habitante de la vereda El Paují, del municipio San Francisco, “esta es la barrera más grande, las distancias entre los productores y los consumidores finales”, como consecuencia, se debilita la información que los consumidores tienen de los productos, acerca de los tiempos de siembra, cosecha, trayectos y químicos usados, por este mismo motivo se desestima y no se comprende la labor detrás de las y los campesinos y su relación con la tierra.
El sistema de producción lleva a la mesa una variedad de alimentos, procesados como arepas, mantequilla y no procesados como frutas y hortalizas, todos ellos son provenientes de la tierra. El mercado se encarga de sumarle un valor agregado que modifica la elección de los productos, esta decisión es cada vez una selección estética; “los consumidores prefieren un producto que no se asocie con la tierra, porque piensan que es algo sucio”.
Para el historiador italiano Massimo Montanari, “en la época contemporánea se debilita el valor nutritivo -del alimento- para enfatizar en otros significados accesorios”, el refrán “la comida entra por los ojos” es un pilar en la producción. Factores como un local iluminado, una fruta más grande y que aparente apetecible modifican la decisión del consumidor, que preferirá comprar el producto en pro de la experiencia, pero César hace caer en cuenta que “lo que aparenta bello, lleva el uso -desmedido- de agroquímicos”, dañinos para el consumidor como María Paula, para el campesino que asume la tarea de regar dichos agroquímicos por las mismas exigencias de la industria de la alimentación y el sistema convencional de agricultura.
Una alimentación que enferma
Se conoce como “revolución verde” a la intervención científica y la tecnificación a partir de 1960 que puso como objetivo el abastecimiento, rendimiento y la rentabilidad en el campo a través del ingreso entre otras cosas de agroquímicos a la producción, poniendo en riesgo el balance del medio ambiente y la autonomía de las campesinas, pues el enfoque no es el cuidado, o mejoramiento de los suelos, sino la productividad.
Hoy se confronta el progreso de transgénicos, semillas con derechos de autor, con el compromiso del abastecimiento, la sustentabilidad, la salud y la equidad. La resolución 970 de 2010 pone en riesgo la economía campesina, pues legisla sobre las prácticas de selección de las semillas, promoviendo las semillas de laboratorio y persiguiendo como ilegales las semillas autóctonas bajo el discurso de sanidad.
Pero los químicos no terminan en el cultivo, en la central mayorista de Medellín, lugar de distribución, la demanda obliga a acelerar los tiempos naturales del fruto, por ejemplo, al banano que se transporta verde para que sufra lo mínimo en el trayecto, se le agregan químicos para su maduración, en palabras de César es un problema, porque dichos procesos no permiten que adquiera los nutrientes necesarios, es decir que estamos comiendo alimentos que tienen una carga nutricional baja.

Prácticas cotidianas para la transformación
Para Massimo Montanari: “La mesa es un universo simbólico de gran riqueza, la misma etimología de la palabra convite, identifica el vivir juntos (cum vivere) con el comer juntos”. La familia campesina, popular, define en la mesa su propia identidad, donde comen dos comen tres, la participación en la mesa común es uno de los primeros símbolos de pertenencia al grupo, familia o comunidad, aunque comer juntos no significa llevarse bien, el rechazo del convite es un modelo de consumo individualista.
Volver al convite como el vivir juntos implica el reconocimiento del papel del campesino en nuestra alimentación; el impacto favorable de una agricultura y distribución alternativa, en pro de la equidad y la salud, en ese sentido el apoyo y demanda de mercados campesinos, es una práctica para la transformación, también lo es el comer juntas, que ha sido una estrategia en contra del hambre cuando para poblaciones precarizadas el alimento se vuelve un instrumento de supervivencia, y la búsqueda de recursos una preocupación cotidiana. Comer juntos es una necesidad y estrategia cuando las variaciones de precios, aunque mínimas, ponen ciertos productos fuera del alcance de algunos, y cuando estas poblaciones gastan un porcentaje más alto de sus ingresos en comida, la buena comida es un derecho y un compromiso común.
Las prácticas cotidianas que transforman el consumo promueven la ecología y equidad, le invitamos a que consuma el producto que esté en cosecha, asuma el compromiso de informarse, apoye al mercado local y aliméntese con los otros.
Por Valentina Montoya Vallejo
Este texto hace parte de la Edición 98 – Hagamos un acuerdo, ¡Cuidemos la Vida!
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