En Moravia, un barrio que aprendió a autoconstruirse a pulso, hay imágenes que no necesitan pantalla para existir. Las memorias del antiguo basurero, las casas que se levantaron entre escombros, los caminos que abrió la comunidad y los relatos orales que todavía hoy circulan entre esquinas y terrazas, han sido la banda sonora de una historia colectiva que siempre estuvo pidiendo algo: ser contada.
Arbey Gómez, hace más de una década, empezó a caminar con una cámara por las calles que lo vieron crecer. “Conectarme con la fotografía fue conectarme con las memorias del barrio”, dice. Ese gesto íntimo, casi intuitivo, terminó convirtiéndose con los años en una apuesta colectiva: el Festival Internacional de Cine Comunitario de Moravia, un encuentro que nació con una terquedad luminosa.
“Decidir hacerlo sin plata fue maravilloso. Eso nos ha caracterizado siempre”, afirma entre risas. Pero detrás del humor está una convicción más profunda: el cine, en Moravia, no es un lujo ni una excusa estética. Es una herramienta para habitar mejor el territorio.
La historia del festival no empezó con el festival; empezó con un deseo y Arbey lo resume así: “El festival surge a partir de esos sueños que se van quedando rezagados hace muchos años.” Cuando se conformó el colectivo Tricilab, paralelo al Laboratorio de comunicación viva comunitaria del que también hacía parte, ya había un impulso claro: formar a jóvenes y habitantes del barrio en lenguajes audiovisuales para que ellos mismos narraran su propio territorio. De esos procesos salieron relatos entrañables, como el documental sobre don Víctor, el arenero del barrio, y el recordado Festival de Stop Motion que hacían “entre payasos y punkeros” en las canchas y las cuadras de Moravia. Ese espíritu callejero es la semilla del festival.
“Siempre pensamos que el cine era parte importante del colectivo. Sobre todo en la línea de comunicación.” continúa, lo que faltaba era un escenario más grande, una plataforma para que esas historias no quedaran solo en un parche entre amigos. Entonces Arbey tomó la iniciativa, llevó la propuesta al colectivo y de allí a la Fundación Oasis Urbano. A partir de esa alianza, y de una red de organizaciones afines como Mi Comuna, La Otra Historia y Ojo al Sancocho, nació la primera versión del festival.
Para Moravia, un barrio con un pasado atravesado por el despojo y la amenaza constante de la renovación urbana, el cine ha sido también un modo de defensa. “Hablar de defensa del territorio no es negativo. Es hablar de dignidad, de lo que hemos construido con nuestras manos.” Afirma Arbey. La primera edición del festival tuvo esa temática: la lucha por el territorio. La segunda profundiza en algo íntimamente relacionado: El Cuidado de lo Nuestro, entendido no solo como afecto, sino como acción política cotidiana.
Cuidar el barrio, cuidar las memorias, cuidar el tejido comunitario, cuidar la naturaleza, cuidar las prácticas que sostienen la vida. Todo eso aparece en la programación: cortos sobre personajes simbólicos de Moravia, documentales como “Si la escombrera hablara”, películas latinoamericanas, animaciones comunitarias y muestras de procesos audiovisuales locales.
Este año, además, recibieron más de 200 cortos de diferentes países de Latinoamérica, una respuesta que sorprendió al equipo y confirmó algo: el cine comunitario está vivo, creciendo y conectándose entre territorios. Arbey insiste en que los verdaderos hitos del festival no son los aplausos ni las proyecciones. Son los procesos de formación: “Lanzarnos al laboratorio de comunicación comunitaria fue un hito. Es tedioso y agotador, pero arroja luces.”
Y lo mismo pasa con la Filmoteca Cine al Barrio, un espacio para formar públicos, debatir temas coyunturales y reflexionar desde el audiovisual. Allí han nacido acciones performáticas como el “funeral del río”, una acción en rechazo a la contaminación del agua.
El cine, para ellos, no es solo ver películas: es activar pensamientos, mover conversaciones, producir vínculos.
Lo que pasa en Moravia no es un hecho aislado. En el mundo, cada vez más estudios señalan que el cine —y especialmente el cine comunitario— tiene un impacto medible en las dinámicas sociales. Según la UNESCO “Las prácticas audiovisuales comunitarias fortalecen la participación ciudadana y los procesos de organización local. El cine comunitario incrementa en un 30 % la percepción de pertenencia territorial en jóvenes que participan en procesos de creación y la formación audiovisual en barrios populares mejora las habilidades comunicativas, la autoestima y la capacidad de incidencia en espacios públicos”.
En Colombia, cifras del Ministerio de Cultura (2022–2024) muestran que: Los festivales de cine comunitario y alternativo han crecido un 45 % en la última década. El 70 % de estos festivales se sostienen por redes colaborativas, no por financiación pública. Los procesos audiovisuales comunitarios son claves para documentar memoria, fortalecer identidades y promover narrativas propias en territorios vulnerables.
El festival de Moravia no sólo hace cine: hace ciudadanía.
El desafío mayor: sostener los afectos
Para Arbey el mayor reto no ha sido el dinero. Habla de algo más profundo: “Lo más difícil no es lo económico, sino los afectos. Sostener una relación sana con quienes estás soñando.” Ese intangible, es lo que sostiene el festival y lo que define su identidad. No son solo proyecciones. Es un equipo aprendiendo a cuidarse mientras crea, discute, construye y se equivoca. Moravia es un barrio que ha sobrevivido gracias a eso: a la capacidad de tejer comunidad, incluso en medio de las fracturas.
Un festival que quiere unir lo que la ciudad ha roto, el impacto en el barrio todavía está en construcción. Arbey lo reconoce con honestidad: “Aún falta trabajo. Mucha gente no sabe que existe un festival de cine.”Pero también cree que el festival tiene un potencial poderoso: “Creo que puede tejer la comunidad, ayudar a sanar fracturas, invitar a conversar con las armas abajo.”
Moravia no solo es un lugar desde donde se filma: es un lugar que se está filmando a sí mismo y en cada plano, en cada corto, en cada discusión de la Filmoteca, aparece la misma pregunta: ¿Quién cuenta la historia del barrio? la cuenta el barrio mismo.
Este año el festival celebra su Segunda versión del 2 al 7 de diciembre, la programación varía entre proyecciones, recorridos, laboratorios, ollas comunitarias, exposiciones entre otras, el detalle de cada día se encuentra en Instagram @ficcmoravia
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Por Lorena Tamayo Castro
Mi Comuna Dos Periódico Comunitario

