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Dayana González Mosquera  Profesora de Ciencias Sociales, egresada de la UdeA.  Promotora de Lecturas, Escrituras y Oralidades.

Lo que enseña ser niña

¿Dónde juegan los niños y las niñas?

¿A dónde van a parar los sueños que se van dejando mientras creces?

Debajo de la cama duermen los juguetes que aún añoran ser convertidos en torres que ascienden y no tienen final, y que el paso del tiempo los van llenando de polvo. 

¿A dónde quedaron las risas y las discusiones de cómo trazar las líneas de la golosa?

Papá y mamá ya no tienen tiempo para las escondidas, ni para contar historias de miedo bajo las sábanas que hacen de paredes de algún castillo de cuentos. 

¿A dónde están los gritos de los parques o la cuadra mientras te peleas con tu amigo para encontrar el mejor escondite?

Los balones y las muñecas, los legos y las canicas se perdieron en algún lugar secreto donde ya no entran ni la fantasía ni la imaginación a hacer de las suyas. 

¿A dónde queda el mundo de las maravillas donde todo es posible y no hay cabida para el dolor?

Las historias de raspones, chichones y travesuras se han ido convirtiendo en cicatrices del olvido y el desarraigo de los juegos en las calles. 

¿A dónde fueron a parar los cantos de aquellas mujeres que veían cómo la noche se adentraba, porque nunca se tenía conciencia del tiempo mientras jugabas?

Existía el susto de sentir sed porque pronosticaba que si entrabas a casa por un poco de agua ya no volvías para terminar de poner la piedra en el Yeimi y preferías seguir jugando con la garganta seca. 

¿A dónde fueron a parar los avioncitos de papeles y los juegos bajo los chorros de agua que caían de los techos mientras llovía a cántaros?

En verano las mangueras llenaban baldes y patios para calmar el calor y refrescar el cuerpo mientras se chapoteaba y creías que estabas en el mar. 

Pero dime, ¿A dónde juegan los niños y las niñas?

 


Rayo de Luna

Una vez conocí a una niña entre la luz y la oscuridad,

ella tenía los ojos color noche

sus mejillas eran color manzana

sus labios se tornaban como una rosa en primavera 

y su piel, su piel era como un rayo de Luna.

En tardes grises pintábamos aviones y escribíamos versos. 

Y en las noches me decía:

Mamá, eres un sueño o una realidad.

 


Ya no hay tiempo para llorar 

Ya no hay tiempo ni para llorar,

el cansancio es vencedor y la tristeza se confunde con 

las náuseas cotidianas.

Ya no hay tiempo ni para llorar

porque se me hincharan los ojos y se 

achinaran tanto que luego se preguntaran 

¿Será tristeza o cansancio?

Y no sabrán si abrazarme y llorar conmigo 

o darme una palmadita en la espalda y decirme “Todo irá bien, todo irá bien”

Y yo trataré de creer que duermo y descanso,

pero en par patadas ya la ventana clarea y de nuevo la lágrima se confunde 

con un patadón en el culo tirándome de la cama para iniciar otra vez. 

Ya ni tiempo hay para llorar 

y a mí como me gusta que se me escurran los mocos 

y se me pegue el pelo de las orejas mientras miro pa´l techo. 

Al final me miraré al espejo y me diré

¿Lloré o lo imaginé?

Ya no hay tiempo ni para llorar. 

 

Por Dayana González Mosquera 
Profesora de Ciencias Sociales, egresada de la UdeA.
Promotora de Lecturas, Escrituras y Oralidades.

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