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Fotografía Christian Alvarez

Crónica de un hombre que no cree en la justicia

Edimar sigue tejiendo en su silla de ruedas, mientras espera que la justicia le restituya los derechos que le vulneró, privándolo de la libertad durante cuatro años.

Hace poquito estuvo detenido. Veníamos de una cita médica y aquí en la curva del diablo, en el retén que se hace ahí, nos cogieron y nos detuvieron. Me tocó tirarlo como a un perro en la manga, con ese poncho y ese cojín. Llamé a Derechos Humanos, el que queda por El Bosque. Lo llevé allá. Fuimos donde la muchacha de los Derechos Humanos a que nos colaborara, a que nos dejara siquiera aquí en la casa mientras se aclaraban los errores…”

Este es un recuerdo que Sandra Milena mantiene vivo y uno de los cuales la ha llevado a creer que la justicia en Colombia no existe y mucho menos el respeto por los Derechos Humanos. Así lo ratifica Edimar, su esposo, a quien ella se refiere en el relato. Él es el protagonista de esta historia cargada de matices que da cuenta de una justicia que sigue cojeando, de un Estado deslegitimado e incapaz de resolver los problemas de violencia en los barrios, en las calles y en lo profundo de sus campos.

Edimar es el nombre que sus padres le pusieron hace cuarenta y dos años cuando nació en la región del Urabá. Ha sido trotamundos, campesino, maderero, desmovilizado, injustamente acusado, encarcelado y absuelto después de cuatro años de padecer en la cárcel. Dos de ellos en Villavicencio, donde se encontraba cuando fue capturado, y otros dos en la cárcel Bellavista de Bello.

Se describe como un hombre aventurero, al que le gusta andar. Gracias a esto  conoció gran parte del país como vendedor de mangueras y de bases para neveras, y como trabajador de la madera. En aquella época, en la que contaba con apenas 23 años, ganaba mucho dinero, pero así mismo lo gastaba porque poco le preocupaba el porvenir.

Así fue hasta que lo detuvieron a causa de una confusión, según él mismo cuenta. Dice que fue acusado de secuestro y terrorismo, se le sindicó de ser una persona conocida como alias El Nene, cuyo apodo tuvo cuando era un niño. Por esta razón fue condenado a 25 años y 8 meses de cárcel de los cuales sólo cumplió cuatro, pues la justicia colombiana lo absolvió al no poder comprobarle nada.

Desde entonces ha recorrido un largo camino para que le restituyan sus derechos, acudiendo al Tribunal Administrativo de Medellín, al Tribunal de Justicia, a la Corte Suprema de Justicia y finalmente a la Corte Constitucional en la que interpuso una  tutela hace un año y cuya respuesta aún no llega. Su impotencia y larga espera se resume en estas palabras:

─Yo soy uno que no cree en la justicia colombiana porque no la ve, entonces para yo poder creer tengo que ver  pues los Derechos Humanos existen de boca pero no hay un código que los haga valer.

El oficio de ser artesano

Hoy Edimar vive y teje mochilas desde su silla de ruedas. Esa en la que lo dejó un disparo propinado por su negativa de vincularse a grupos ilegales que operaban en el barrio El Sinaí hace algunos años.

Este oficio le permite a Edimar sostener económicamente a su familia. Lo aprendió en el año 2000 mientras estuvo en la cárcel, como parte de las actividades a las que se dedicaba para sobrevivir en ese lugar. Puede pasar entre seis y siete días tejiendo una mochila, dependiendo del tipo que le soliciten: grande, pequeña, con bolsillos o sin ellos. También de esto último depende el costo de su trabajo, que va desde  $40.000,  $70.000 o más dinero.

Reconoce que se necesita mucha dedicación y que hacer una puntada no significa saber tejer. Le gusta trabajar en poliéster, pues según él “es un trabajo muy largo y hay que hacer  una mochila que dure”.

También sabe tallar, un trabajo que se relaciona mucho con uno de los temas de los que habla con más emoción: la madera, una actividad a la que se dedicó hace muchos años y que conoce perfectamente. Que el cedro, el algarrobo y el canelo son árboles muy apetecidos por el mercado interno y también a nivel mundial; cuenta emocionado.

Confiesa que sus sueños de bienestar están puestos en la idea de tener un plante de $10.000.000 para iniciarse en el negocio de la madera y tener su empresa. Sin embargo, tiene plena conciencia de que es difícil conseguir capital para trabajar. Por eso lucha por sobrevivir cada día, a la espera de una indemnización por parte del Estado.

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