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Tapabocas

Se detuvo un momento antes de abrir la reja. Tenía la mano puesta en el pasador  y la mirada fija en el camión. Era un Chevrolet Fvr largo, parecido al que veía manejar a su abuelo en la época en que este se dedicaba al transporte de alimentos. Pero eso era antes, pensó. Ahora  las cosas son distintas.

En el momento en el que se disponía a salir estaban subiendo a un hombre al camión. No parecía oponer resistencia,  por el contrario se dejó llevar por otros dos hasta el interior del vehículo. Inmediatamente las puertas se cerraron y el conductor lo echó a andar.

Entonces vio la oportunidad de salir. Bajó rápidamente las dos cuadras que separan su casa del parador de buses, tratando de recuperar los minutos que había perdido observando la escena. Cuando llegó el parador estaba lleno. Se hizo detrás de una mujer, la observó por un momento. Era joven, aunque de una delgadez que asombraba. La escuchó toser y entonces se percató de que ella llevaba un tapabocas. Solo hasta ese momento se dio cuenta que no traía el suyo. Salió de la fila para volver por él, pero el bus estaba haciendo su parada. Seguro encontraré quien me preste uno en el trabajo, pensó.

La fila para subir corrió rápido. Su lugar de trabajo quedaba a escasos 30 minutos. Sin embargo, la congestión vehicular hacía que el recorrido tardara una hora o más. Encontró un puesto en la parte trasera del vehículo. Se sentó del lado de la ventanilla para mirar todo lo que encontraba a su paso. Esta vez se fijó detenidamente en el cielo. Estaba cubierto de una especie de humo gris. Ya no era azul y blanco. Eso era antes, murmuró como  diciéndoselo a alguien.

El bus lo dejaba a dos cuadras de su trabajo. Así es que, cuando estuvo cerca, pidió la parada. Caminó aceleradamente y en muy poco tiempo estuvo frente a la empresa: LADRILLERA DEL RÍO,  anunciaba un gran letrero en la parte superior de la puerta.

Pasó y saludó rápidamente, pues ya tenía algunos minutos de retraso. Fue hasta donde su compañero Javier para que le prestase un tapabocas. No podía dejar que lo vieran sin él, era una de las medidas que la empresa les había exigido desde que la crisis del aire se había agudizado, hacía por lo menos dos meses.

Su jefe estaba muy atento a hacérselas cumplir, pues los ojos de la ciudad estaban puestos sobre ellos. Desde que se empezó a hablar de los problemas con la calidad del aire algunos grupos los señalaron como uno de los principales causantes. Al parecer, su producción de ladrillos se estaba haciendo sin las medidas necesarias para reducir al máximo la emisión de gases contaminantes. Él sabía poco del asunto de producción, pues su trabajo consistía en coordinar las rutas de distribución de los pedidos que los clientes hacían.

Durante varios días hubo mucha incertidumbre. Se murmuraba que si las autoridades tomaban las medidas reglamentarias el cierre de la fábrica sería inminente. Sin embargo, los directivos de la empresa llegaron a un acuerdo con el Gobierno Local. Se comprometieron a tomar algunas acciones, una de ellas exigirle tapabocas a sus empleados. Algunos creyeron que con el acuerdo reducirían la cantidad de ladrillos producidos, pero no fue así. En esta área no hubo grandes cambios.

La jornada de trabajo transcurrió de manera normal.  Coordinar una entrega aquí y otra más allá. Por fin terminaba  la jornada y de regreso a casa. Mientras cerraba la reja miró a la calle y recordó  la escena de la mañana. Se preguntó por qué se habrían llevado a ese hombre. Pensó en el camión y de nuevo en su abuelo.  

Su esposa ya estaba en casa, lo esperaba para sentarse a cenar.

Dicen que por la mañana se llevaron al vecino de enfrente en un camión blanco -dijo ella.

Sí. Vi cuando ocurrió. Pero no entiendo por qué. ¿Quiénes eran esas personas?

Son trabajadores del Gobierno Local, se lo llevaron porque salió a hacer ejercicio y estuvo mucho tiempo expuesto al aire libre y sin tapabocas. Y ya sabes que eso está prohibido.

Él no hizo ningún comentario. Terminó de cenar y se fue a la cama.  Al instante se quedó dormido.

 

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