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Mujeres, víctimas y sobrevivientes del desplazamiento.

El canto del gallo llegaba mucho después de que Eunice Giraldo se despertara a calentar el agua de panela para sus tres hijos, los mellizos Luis y Carlos y su hija mayor Verónica. Su historia es más común de lo que muchos en este país quisieran ocultar, pues para unos se volvió normal, pero para otros es una pesadilla de nunca acabar.

Eunice Giraldo vive actualmente en el barrio Villa del Socorro y trabaja vendiendo agua en la Plaza Botero, unos días bajo la los rayos del sol y otros bajo la lluvia, ella vive rodeada de turistas, de estudiantes o de personas con muchas oportunidades, muy diferentes a las que ella ha tenido, pues la vida le enseñó lo que hoy viven millones de Colombianos, la realidad del desplazamiento.

Todo inició en el año 2001 en el Departamento de Granada, Antioquia donde grupos al margen de la ley llegaron donde su madre, quien vivía en una casa humilde, tranquila y lo suficientemente acogedora como para vivir allí el resto de su vida, lugar donde estaba criando a su primera hija, así la recuerda y describe ella. En ese mes de julio algunos hombres mataron a tres de sus hermanos, inocentes de la guerra, así lo afirmó mientras se entrecortaba su voz.

Como parte de un conflicto donde en un día murieron 25 hombres, Eunice decidió desplazarse a la ciudad de Medellín, con el miedo de que su familia fueran las próximas víctimas y con el dolor de dejar a quién le había dado la vida. Esta mujer, quien contaba solo con el apoyo de su pareja, llega exactamente al barrio Santa Cruz, lugar donde vivían dos de sus cuñadas quienes la recibieron, por ser la madre de su sobrina.

Su estilo de vida no solo cambió, sino las oportunidades de empleo, pues nadie la recibía y lo que ella sabía hacer no aplicaba en el lugar, por esta razón inició con la venta de agua por las calles de la ciudad en días donde el calor quemaba su cara, brazos, secaba su boca y la desgastaba físicamente o en otros en los cuales las intensas lluvias impedían lograr sus ventas del día, y escampar en el primer lugar que encontrara, esperando que no fuera agua para todo el día, mientras la brisa fría y mojada llegaba hasta el lugar donde trataba de resguardarse.

La Cruz Roja de Belén fue su primera esperanza, pues les ayudó con ropa, elementos de aseo, comida y colchones. En este mismo tiempo se enteró de su segundo embarazo. Meses después nacieron sus mellizos que junto a su hija se convirtieron en su única familia, pues su esposo la dejó, y por esta razón salió de la casa de sus cuñadas “Trabajaba todos los días, mientras una vecina me cuidaba los niños, luego pude salir de la casa de mis cuñadas y hoy en día vivo en mi propia casa en Villa del Socorro” aseguró. Así era, el trabajo se volvió su día a día y entre ese ir y venir conoció a Evelio López, su nueva pareja, quien por cosas de suerte, venia del mismo departamento. Este hombre la acompañó en cada momento de su vida y la de sus hijos, convirtiéndose para ellos en un nuevo apoyo.

Seis años después y gracias a un subsidio de vivienda, Eunice obtuvo lo que más deseaba, su casa, la cual tenía la libertad de buscar en el barrio o comuna que deseara y ella, sin pensarlo, decidió quedarse en el mismo lugar.

Al preguntarle cómo recuerda a Granada, Antioquia, ella se queda en silencio y en su cara se dibuja una expresión de alegría, a lo que luego responde “allí nací yo, esa es mi tierra…la tierra de uno” momentos después mencionó la fiesta del retorno, la cual celebran al inicio de cada año, donde ella cantaba canciones de despecho, montaba a caballo y comía sancocho el cual era y es gratis para todos.

Hoy en día ella visita su tierra y a su madre, quien más que Granada es la que la hace volver al lugar. Ella va con los mellizos que tienen 15 años y cursan noveno grado en la Institución Educativa Villa del Socorro y su hija de 18, Eunice y Evelio por cosas del destino hoy tienen a Dilan de 8 meses de edad y quien ante toda una historia que inició con tragedia es un milagro de la vida, que día a día les recuerda lo hermoso de una sonrisa.

Por Marcela Salazar

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