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“Mami qué será lo que quiere el pueblo: mazamorra, panelita, bocadillo”

“¿Conoce el Café Alaska? Yo vivo en el tercer piso, ahí enseguida de donde arreglan ollas”. Así fue como concertamos el encuentro. El Café Alaska, no el de Manrique, el de nuestra Comuna que también tiene historia y está en el barrio Villa del Socorro.

El día acordado llegamos a su casa, ya estaba cargando los recipientes para salir. Entramos, la música clásica sonaba en un salón dividido por una cortina, separando el dormitorio de la sala.

Es la casa de José Gabriel Henao, también conocido como “Gañán”, “Gerente”, “Lele” y “Niño”. Él ha vendido mazamorra la mitad de su vida, tiene 66 años y se le ve principalmente en Villa del Socorro, Andalucía y Santa Cruz.

Está en el oficio por don James Restrepo, un testigo de Jehová quien en medio de la predicación en su casa lo invitó a trabajar con él vendiendo mazamorra en las calles. Casi le dice que no, pero se arriesgó a hacerlo. En su primer día fueron muchos los sentimientos que tuvo, sobretodo la pena para ofrecer el producto, pero en un momento se decidió y comenzó a gritar: “Mazamorra, mazamorra, quién dijo yo para la mazamorra”. Los primeros minutos fueron espantosos según él, pero siguió y venció el miedo a la crítica o “los criticones del montón” como los llama.

Corría la década de los 80 y para los habitantes de las comunas populares de Medellín era común ver como las balas transitaban las calles con plena libertad. En esta cotidianidad violenta, el oficio de vender mazamorra en estas lomas tan cercanas al cielo era nuevo, una innovación más en un país en el cual la sobrevivencia depende de la creatividad.

Así que él no quería vender mazamorra, pero poco a poco le fue tomando cariño y amor, lo que es para él, uno de los ingredientes para que su mazamorra sea apetecida. El aseo es otra parte fundamental y lo refleja en su apariencia.

José Gabriel monta en el fogón la mazamorra a las nueve o diez de la noche. En la madrugada despierta dos y tres veces para verificar que no se derrame o que los fogones sigan encendidos. Se toma un café y en ocasiones, aprovecha el silencio que ofrece la noche para leer.

Lee y relee, los libros son su inspiración, de ahí saca enseñanzas que aplica para su vida. Una de ellas es la razón por la cual hace 45 años vive en la Comuna 2. Él vivía en Aranjuez y trabajaba vendiendo mercancía puerta a puerta. Un día se encontró en alguna página el principio que cambió el rumbo de su vida: “Allí donde ganas debes vivir”; lo adoptó y se mudó a Santa Cruz Parte Alta, pues era la zona que más visitaba en su labor. De no ser por la lectura, posiblemente el destino fuera otro.

Sus libros están agolpados en repisas y mesas, y en las paredes hay frases de estos que lo motivan día a día. Durante la conversación era normal que entre pregunta y pregunta, él se desviara por un momento para recordar algún pasaje de un texto o alguna anécdota leída, sus respuestas son un rizoma: inician con un tallo pero le brotan raíces igual de interesantes, hasta que regresa al lugar que dejó para continuar relatando, próximo a encontrar nuevamente otro punto de fuga que lo lleve a contar más historias y compartir las reflexiones de sus lecturas. También tiene otros dos amigos, la televisión y la música, “la vida más bacana del mundo”, dice él

Todos los días se levanta a las seis o siete de la mañana, escucha algo de noticias, pero no es que le agrade mucho, cuenta que le gusta ser positivo y las noticias no lo son, no le aportan mucho para su vida. “Este pedazo de negro no es normal”, dice y acompaña esta frase con su típica carcajada. Continúa: “La gente normal sufre mucho, es muy aburrida”.

Apaga la mazamorra a las 8:30 y a las 9:30 sale con los 10 kilos de maíz que hace diariamente, aunque los sábados, domingos y festivos puede vender un poco más. Para José Gabriel la terapia más linda de su vida es salir a trabajar y lo refleja en su recorrido. “Mi niño, llegó la mazamorra”, así anuncia su paso en los locales y casas donde frecuentemente le compran.

Hace algún tiempo también vendía platos de frijoles con arroz, chicharrón, tajada, pedacitos de arepa y un vasito de mazamorra con leche, pero algunas personas le pedían: “Parcero entonces qué, tenemos hambre, nos va a fiar o qué”, “don Gabriel, no tengo comidita para mis hijos, me regala un platico para yo compartir con ellos”. Prefirió dejar este negocio: “como les iba a decir que no. Yo he aprendido por medio de mis libros que el dar, al ayudar a los otros, el más beneficiado soy yo”, afirma.

Regresa a su casa entre la una y tres de la tarde, aunque la hora es lo de menos, lo importante es llegar con lo justo en el bolsillo para sus gastos. “¿Usted conoce el ave fénix? Yo también me levantaré entre las cenizas”. Lo dice porque intentó una vez ampliar su negocio contratando varias personas, pero no le fue bien en este intento. Su meta es ponerse al día con Cámara de Comercio, uniformar a sus trabajadores y hacer propaganda: “Voy a levantar mi empresita como Dios manda”, concluye.

El maíz para algunas culturas precolombinas era fuente de vida, es más, lo consideraban como la materia prima con la cual fue creado el ser humano. José Gabriel puede encarnar la bondad de esta planta ancestral: «Nadie sabe lo importante que fue para mí y mis compañeras del colegio la labor de Lele. No solo es la mazamorra que en su sabor se le nota el amor, sino sus reflexiones, los segundos que saca para darte una sonrisa y un par de palabras que te tocan, que llegan a tiempo”, comparte Leany Ramírez cuando conoce el protagonista de la historia, testimonio perfecto para finalizar el relato de quien, como Quetzalcóatl para el pueblo Azteca, le trae el maíz a las familias de la Comuna 2.

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