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Habitación 430

El sol comienza a esconderse en las montañas, pero aún ilumina las calles de Urrao, “El paraíso escondido” del Suroeste Antioqueño. Son las cinco de la tarde y en el parque principal la gente aguarda para recibir a los viajeros que llegan de Medellín. Entre ellos se encuentra un hombre que nunca había estado en el pueblo pero que tenía la seguridad de que allí lograría realizar sus sueños: León Cañas de oficio funerario, labor que realizó por muchos años en el barrio Santa Cruz, con 46 años, acuerpado, bien vestido, simpático y conversador, casado con Marleny, una hermosa mujer, noble, sincera y con una sonrisa encantadora. Con ella tiene dos hijos: Alexander y Elena.

Transcurrieron veinte años desde que Urrao lo adoptó, pueblo que lo despidió en una ambulancia con pañuelos blancos deseando su pronta recuperación.

Es la mañana de aquel 24 de septiembre cuando es ingresado a la sala de urgencias del Hospital General de Medellín con una falla cardiaca, es asistido por Jorge Iván, médico internista, amigo y compañero en campañas políticas. Su estado de salud es bastante delicado, pasa tres días en la sala de emergencias, donde comparte la habitación con diversas personas, entre ellos, Don Jairo, paciente con cáncer de pulmón. La enfermedad ya ha hecho metástasis, se encuentra en un estado de sueño profundo; diagnóstico médico: final de la vida. Hay también una señora que nadie la visita, no habla con nadie, sólo recita versos de la biblia o grita: “Arrepentíos hijos de satanás, Cristo los ama”.

Jorge Iván decide que León debe ser internado en el hospital. Le es asignada la habitación 430 Torre Norte. Desde su cama se puede ver la parroquia del Perpetuo Socorro, la estación exposiciones, la ciudad y hermosos atardeceres. En las noches de sábado se ven también las putas de San Diego que bajan ebrias e impregnadas de un olor a noche, a deseo, sexo y soledad. En las mañanas se siente un agradable olor a parva recién horneada, pues en la esquina queda la panadería El Paraíso.

Durante los 42 días que pasó hospitalizado vivió situaciones de risas y lágrimas; tuvo que convivir con personas muy particulares: Mauricio, su primer compañero de cuarto, que se encerraba en el baño a hacer el amor con su novia, a la que luego golpeaba y humillaba. Esto lo enfurecía, pero él se sentía impotente, ya su cuerpo estaba debilitado y era difícil su movilidad. Héctor tenía dos vidas, en la mañana lo visitaba su esposa y sus hijos, y en las noches su amante, hasta que un día se le cruzaron las dos y ese fue el fin de su matrimonio. También estuvo Nelson, un habitante de calle que además era inválido. Este hombre hablaba con mucha sabiduría y decía que era más la fuerza de las drogas que lo retenían en las calles que las ganas de volver a ver sus seres queridos. Estaba andrajoso y olía feo porque su cuerpo estaba lleno de escaras. Una mañana se arrancó el catéter, renuncio al tratamiento y salió del hospital. Algunas veces se lo veía en su silla de ruedas, drogado deambulando por los alrededores. También en aquella habitación estuvo un señor al que le dieron puñaladas, un enfermo del corazón, un ladrón, un empleado.

Las enfermeras le cogieron un gran aprecio, él les recitaba poemas, regalaba frutas, les decía piropos y ellas le correspondían con mimos. Todas pasaban a despedirse al terminar el turno; para ellas él era un ser maravilloso, que a pesar de estar tan enfermo, nunca dejó su sombrero y el buen sentido del humor.

La habitación 430 fue testigo de cómo se iba deteriorando poco a poco, como cada día perdía movilidad, como iba apagándose. Empezaba la cuenta regresiva, pronto estaría en casa. El día de todos los santos León se despedía de la habitación 430 para no regresar.

Él partió hacia la eternidad víctima del cáncer el 14 de marzo del 2014, dejando a su familia y amigos gratos recuerdos, risas y el legado de ayudar siempre a los demás.

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