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Cuando salgo a la calle quiero estar segura pero no lo logro

Cuando salgo a la calle quiero estar segura pero no lo logro. Mientras espero el bus en la esquina, un hombre me empieza a silbar, intento hacerme la desentendida: «No debe ser conmigo», pienso; pero es inevitable no sentirme incómoda, solo quiero que pase el bus rápido para no tener que irme a otro lugar. Ya no me silba solo uno, este hombre consiguió amigos que acompañan sus silbidos con comentarios sobre mi nalga y mis pechos. Viene el bus y siento alivio.

Me monto, pago el pasaje y avanzo por el pasillo, pero lo primero que veo es un señor mirándome de arriba a abajo mientras se moja los labios con la lengua, me lanza una mirada que lo único que me produce es asco, no me he sentado y ya me quiero bajar. Me siento incómoda, tengo el peso de la mirada del señor en mi cuello. Se aproxima mi parada, así que cojo mi bolso y me preparo para bajarme, pero veo que él también se quiere bajar en mi destino, prefiero esperar y pasarme varias cuadras adelante para pretender que estoy segura.

En el camino varios conductores pararon para intimidarme, para hacerme sentir pequeñita; intento caminar rápido, casi correr, quiero llegar a mi destino. Estas tres cuadras son más largas de lo normal, un hombre a mi lado me coge la mano y me da un beso en la oreja, inmediatamente suelto la mano y en mi confusión veo que este hombre se está riendo, es inevitable sentirme más pequeña, una hormiga, una hormiga que llora y corre.

Por fin llegué y estoy segura, creo. El día se me fue volando y ya es hora de regresar a casa. El Metro es mi opción para volver, pero no es la mejor decisión, va muy lleno y siento como el de atrás intenta tocarme la nalga, siento su malicia, me da asco y no me aguanto más, me vuelvo gigante y lo insulto, le expreso esta repulsión: «¡Es un cochino, degenerado, asqueroso!». La gente me mira y habla de mí, él dice que soy una loca convencida y yo me vuelvo pequeña de nuevo, diminuta, quisiera ser invisible. Ya en casa me siento segura, pero recuerdo que mañana es otro día y tengo que salir a la calle. Cuando salgo quiero estar segura pero no lo logro.

Si bien las violencias sexuales pueden darse hacia hombres y mujeres, es más frecuente que sean las mujeres en quienes recae este tipo de violencias por asuntos culturales y educativos en los que se normalizan desde edades muy tempranas frases como: «Arréglese bien bonita para que le puedan decir cosas en la calle», «Si no se pone bien linda ¿quién le va a decir algo?», «Respóndale al señor que gracias, ¿no ve que le dijo que estaba muy linda?», «Si el piropo es bonito no está mal».

El acoso sexual callejero, es una problemática que se da a partir de conductas de índole sexual hacia una persona empleando gestos, miradas, silbidos, expresiones verbales y/o invasión del espacio personal en espacios públicos y sin consentimiento, generando en quien lo vive sensaciones de inseguridad y desprotección junto con molestias y afectaciones de tipo psicológico, físico y emocional.

En el caso de este relato la acción del acoso es repetitiva y ejercida por varias personas en el trayecto de esta mujer; acciones que reducen su espacio y derecho a la ciudad, a caminar libremente, acciones que no se limitan solo al espacio de la noche y que nada tiene que ver con el tipo de vestimenta que la persona lleve, acciones que además no tienen sanciones jurídicas y que apenas se está pensando cómo enfrentarlas.

Como mujeres no nos interesa que cada desconocido en la calle nos diga qué piensa de nuestro físico, esto genera miedo e inseguridad, es andar atormentadas por no poder caminar tranquilas. No me tienen que silbar, no me tienen que tirar besos, no me toque si no lo conozco, no quiero ver tus partes íntimas, no me interesa que me diga si le gusto o no, no quiero andar con miedo, no quiero tener que caminar más por no pasar al lado de un hombre, no quiero que clave su obscena mirada en mí, quiero caminar sola sin sentir que soy un objeto público.

En marzo conmemoramos el Día Internacional por los Derechos de las Mujeres, sigamos exigiendo respeto y libertad. Es la mejor manera de honrar nuestra historia y continuar la lucha por nuestro vivir en tranquilidad.


Ruta de atención a la violencia contra las mujeres

Por Marcela Ramírez y Valeria Bermón

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